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[OPINIÓN] Argentina: del fin de la «fiesta kirchnerista» al inicio de la «revolución de la alegría» de Macri

[OPINIÓN] Argentina: del fin de la «fiesta kirchnerista» al inicio de la «revolución de la alegría» de Macri
Los primeros días del nuevo gobierno argentino muestran el cariz de una flamante administración que debe reordenar un país descalabrado que dejó el kirchnerismo, no sólo en lo económico, sino también en lo institucional.





por Diego Corbalán (*)

La primera semana de Mauricio Macri presidente de la Argentina cerró en clave de «lo necesario y urgente». Son directrices que vienen tiñiendo casi de manera total la vida política y económica del país tras el largo ciclo político del kirchnerismo.

El inicio de la gestión del presidente de Cambiemos está claramente alineado en post de saldar deudas que se consideran «necesarias» y «urgentes» de cancelar. En ese sentido, por ahora, vemos a un gobierno que avanza con decisiones autónomas, a fuerza de decretos y resoluciones. Las discusiones políticas parlamentarias quedarán para marzo, descartadas ya las sesiones extraordinarias, cuando el parlamento argentino abra su tradicional período de trabajo ordinario.

Como decíamos, hasta ahora se ve a un gobierno que, con cada medida tomada, responde al carácter de lo necesario y urgente. Los bríos de la nueva presidencia dan cuenta de un marco de justificación, en el cual, los mecanismos para resolver problemas de manera inmediata quedan protegidos de toda crítica filosa. Al menos por ahora.

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Dos medidas concretas se transformaron en las vedettes de la primera semana política y económica del macrismo en el poder. Por un lado, la medida de apertura del llamado cepo cambiario, buscando poner a la economía en buena salud mediante una devaluación aplicada sin anestesia. Por el otro, la decisión de Macri de elegir por decreto a dos jueces para la Corte Suprema. ¿Son dos medidas de igual tenor, necesarias y urgentes?


Sin dudas, había que hacer algo con el cepo y las distorsivas restricciones en el mercado de cambio. El carácter de necesario y urgente era evidente ante la lapicera de su sucesor en la Casa Rosada.

Sin embargo, al evaluar el sorpresivo decreto para nombrar a dos jueces en comisión en la Corte, se contrapone el sentido de la urgencia. El propio ruido interno entre los socios de Macri en Cambiemos y los diálogos de apuro con el presidente del Máximo Tribunal, Ricardo Lorenzetti, dieron cuenta de que fue una decisión, de mínima apurada, y de máxima, ilegítima. Es una decisión que se encuentra en la legalidad por estar en el marco de la Constitución, pero claramente descalzada de la tradición política en la materia.

Como dijo el periodista Facundo Falduto en el diario Perfil, Macri resulta ser el heredero de un modo de hacer política que se forjó al calor del kichnerismo. Las decisiones las toma el Presidente más allá del ruido legal o de legitimidad que pueda manifestar. Se hace lo que se advierte que «la gente quiere», así dicho entre comillas.

Reforzando la idea y citando a otro colega, Eduardo Van der Kooy de Clarín, Mauricio Macri toma la posta del poder con la impronta de «ponerse a la cabeza de las demandas populares más acuciantes. Al menos del electorado mayoritario que lo eligió».

Queda claro que lo urgente al abrir el cepo, al eliminar las retenciones y al decretar las emergencias en energía y seguridad, pone en clara contradicción la firma del decreto para nombrar a dos jueces en comisión en la Corte.

Yendo un poco más allá en el análisis, digamos que ver a la política argentina proceder así demuestra que la toma de decisiones se continúa haciendo desde lo alto de la torre del presidencialismo hegemónico. Al decidir desde ese púlpito del poder, vemos en nuestro país cómo se sigue decidiendo mirando al pueblo desde arriba.

Desde ese lugar, por ejemplo, Néstor Kirchner y Cristina oteaban a sus «queridos argentinos», mirando mientras tanto a instituciones y a marcos legales como simples escollos en la toma de decisiones y no como barreras infranqueables. Ojalá que Macri no copie semejante proceder dañino institucionalmente hablando.

Cuando hablamos de «hacer lo que la gente quiere que se haga» no se hace otra cosa que motorizar a la política a partir del combustible que los populismos suelen cargar en sus tanques para emprender la aventura de gobernar. Tomar decisiones con la sensibilidad de lo que popularmente se reclama, sin tener muy en cuenta y en detalle el modo en que se tomará dicha medida.

Aventurar un juicio sobre el proceder del presidente Mauricio Macri en esta primera semana de gobierno es, por demás, aventurado.

De todos modos, sí cabe la advertencia: en tanto y en cuanto la Argentina no recobre la «normalidad» de la discusión política dentro del marco del debate parlamentario, la tan deseada institucionalidad que los argentinos reclaman como escenario de discusión del país continuará siendo una quimera.

Sería injusto caerle con todo el peso del reclamo al flamante gobierno de Cambiemos. Sin embargo, sus promesas de campaña nos obligan a recordar ese compromiso asumido. Resultaría casi imposible que el kirchnerismo hubiese atendido a este reclamo; de hecho, así fue como resultó derrotado en las urnas.
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Si hay una Argentina del cambio, es porque, más que un gobierno que quiere modificar el modo de hacer política, hay un pueblo que desea que ese cambio se registre. Un buen sueldo, el empleo digno, el electrodoméstico, el auto, las vacaciones en el Caribe y hasta la casa propia resultaron ser premios insuficientes para una sociedad que, ahora, parece haber pasado a la pantalla de la institucionalidad en el juego de la democracia, dejando atrás la etapa del desafío económico.
Todo lo que surja de la actual gestión tendrá que tener el color de dicha institucionalidad llevada a sus límites posibles de aplicación.
Con el fin del kirchnerismo, la Argentina se asoma a la escena de la vida real de quien, una vez retirados los invitados a su fiesta de cumpleaños, debe prender las luces, levantar las sobras de la comida, además de limpiar y barrer la suciedad, para intentar recobrar la «normalidad» previa.
Macri ya tiene el desafío de demostrar que no sólo será el personal de maestranza encargado de poner todo en condiciones; también deberá dar cuenta de su capacidad, incluso, para refaccionar y reordenar la casa que todos los argentinos ocupamos, y que anhelamos que esté mucho mejor para habitar, sin estridentes cumpleaños de serpentina y cotillón.

(*) Periodista, conductor del programa Ventana Abierta, de Radio Milenium.

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