[OPINIÓN] «¡Pobre Argentina!», por Diego Corbalán
El sinceramiento de los índices de pobreza en la Argentina abren un amplio debate sobre el decurso de este doloroso indicador social que refleja el estado de vulnerabilidad de millones de argentinos, un hecho que marca los últimos 40 años de la historia del país.
por Diego Corbalán
La pobreza volvió al centro de la escena pública, especialmente a partir del sinceramiento de su dimensión que hizo el gobierno de Cambiemos. Pero la pobreza nunca se fue. El 32,2 por ciento del INDEC nos muestra que es un fenómeno que, con crisis o con prosperidad económica de ocasión, sigue siendo una cruda realidad
Hasta la década del 70 la pobreza no era un problema para la Argentina. Las tasas estaban muy por abajo del 10 por ciento. Pero a mediados de aquella década de convulsiones políticas y sociales, la economía empezaba a hacer mucho ruido.
Los mejores análisis de un fenómeno social deben hacerse con sentido histórico; por eso, les propongo que veamos el largo y doloroso recorrido del fenómeno de la pobreza en la Argentina, especialmente desde el retorno democrático de 1983, pero con referencias hacia el legado que heredó de la última dictadura militar (1976-1983) Intentaremos contar la historia argentina, contando pobres. Aunque suene crudo. Y lo vamos a hacer con fuentes que creemos, están lejos de alguna intencionalidad política o partidaria.
Una de las fuentes son los estudios del actual Director Nacional de Estadísticas de Condiciones de Vida del INDEC, Daniel Nieto Michel, licenciado en Economía de la UBA y Magister en Políticas Sociales de la Escuela de Economía y Ciencias Políticas de Londres. Otra fuente son los trabajo de la investigadora Susana Noemí Tomasi. Y finalmente, nos basaremos en los datos del Observatorio de la Deuda Social de la UCA.
Durante el alfonsinismo (1983-1989) la pobreza se agravó notoriamente, debido a la pesada herencia económico-financiera que dejó la dictadura y por el desmanejo propio de aquel gobierno del retorno democrático. Tomando como referencia el trabajo de Daniel Nieto Michel sobre el Área Metropolitana Buenos Aires (AMBA), mientras el régimen de facto había casi duplicado la pobreza, durante el gobierno radical se cuadruplicó. De alrededor del 12 por ciento de pobres en 1983 se saltó dramáticamente al 47 por ciento en 1989. Claramente la hiperinflación (entre otras razones económicas) destrozó los niveles de equilibrio social.
Ya con el menemismo encontramos los contrasentidos político-ideológicos de la historia argentina. Primero digamos que durante las dos presidencias de Menem la pobreza bajó. La estabilización política y cierto orden económico provocaron un retroceso significativo de esa variable económico social. En los primeros años de Menem presidente, de aquel 47 por ciento de 1989 se bajó al 21 en 1991, sin que la convertibilidad hubiese empezado a tomar vigor. ¿Linda paradoja no?
Pero más paradójico aún fue que durante el «uno a uno» la pobreza llegó a bajar hasta el 16 por ciento para luego subir, crisis tras crisis, hasta el 26 por ciento. Toda la gestión del menemismo no hizo más que mejorar la situación de pobreza pero a costas de un histórico y descontrolado endeudamiento externo que deterioró gravemente la fortaleza financiera del país.
Ya en 1999, la Alianza, habiendo heredado ese país agarrado con alfileres y endeudado hasta la médula, sostuvo el barco a la deriva que era la Argentina hasta hacerlo chocar dramáticamente a finales de 2001. En esos casi dos años de gobierno, la pobreza pasó del 26 al 35 por ciento y con el quiebre institucional de diciembre de 2001 y la caída de la convertibilidad la pobreza saltó a más del 50 por ciento. Aquel infierno argentino en todos los sentidos fue el caldo de cultivo de lo que luego sería el kirchnerismo.
Durante el interinato presidencial de Eduardo Duhalde (2002-2003), los signos de recuperación económica de la Argentina ya eran visibles. Y durante el gobierno de Néstor Kirchner (2003-2007) uno de los impactos de dicho repunte fue el descenso de la pobreza del 47 al 28 por ciento. La herencia que recibió Cristina fue más que satisfactoria. El país había reparado parte del tejido social desmembrado.
Sin embargo, en los 8 años de gestión cristinista (2007-2015), la pobreza apenas bajó del 28 al 21 por ciento, aunque volvió a trepar a los mismos valores y más en 2015. El saldo en cero que Cristina dejó en el tema que motiva estas líneas tuvo como agravantes la desaceleración del ritmo de crecimiento económico y un deterioro notables de los superávit, tanto fiscal como de la balanza comercial.
Queda claro que el festival de la soja del que gozó Néstor Kirchner pasó a ser un velorio para el cristinismo, ciclo político mucho más ideologizado que el kirchnerismo original y mucho menos entrenado en cuestiones económicas, en un contexto en el que se requería una hábil cintura económica y financiera para diversificar los negocios con el exterior y evitar que la reducción de ingresos de divisas se transformara en un freno al crecimiento interno.
Y así llega Mauricio Macri al gobierno a finales de 2015, en ese contexto de freno económico, con muy alta inflación y cuentas en rojo. Según datos de la UCA, Cambiemos asumió con el 29 por ciento de pobres y empujó el porcentaje al 32,2 anunciado esta semana, como consecuencia de las medidas de devaluación y ajustes tarifarios que el gobierno argumentó como medidas inevitables (y que terminaron de horadar aún más los indicadores sociales heredados del kirchnerismo). Dichas decisiones hicieron que en 10 meses de gestión (y por las decisiones de gobierno mencionadas, entre otras), la Argentina vuelva a tener más pobres, en niveles similares a 1988 o a 2000, ambos años antesalas de crisis económicas.
En este contexto cabe preguntarse cómo hará el actual gobierno para llegar a la prometida pobreza cero que el presidente esgrimió al asumir en diciembre pasado.
Bajando la inflación se puede lograr mejorar la pobreza; como decíamos antes, el menemismo al parar la hiperinflación hizo mejorar los índices sociales. Pero no alcanzó, ya que la modernización del sector productivo no hizo más que aumentar la situación de desocupación, sin planes para contener dicho flagelo relativamente nuevo para la economía argentina, con el agravante del incesante endeudamiento externo que terminó de ahogar las arcas públicas, todo salpimentado por una política de déficit cero que encorsetó el gasto público y corrió de escena al Estado como garante de la estabilización de las variables sociales más afectadas por aquel modelo neoliberal. En definitiva: el menemismo puso a la Argentina ante una realidad nueva: la de la pobreza y la de la desocupación a la par de los dramas nacionales.
Por eso advertimos que las nuevas inversiones que puedan llegar al país no necesariamente traigan consigo una mejora de los niveles sociales. Más bien pueden agravarlos si el Estado no canaliza la inversión hacia la generación de empleo y riqueza.
Según la investigadora Susana Noemí Tomasi, tanto deterioro económico social, por ejemplo, entre 1974 y 2004, fue como consecuencia de que el país prácticamente no generó riqueza: es decir el saldo de lo que obtuvo por lo que produjeron sus sectores productivos como el campo y la industria fue apenas superior a cero. Como contracara, en esas 3 décadas la Argentina fabricó muchos pobres, muchísimos. ¿Por qué? Por la distribución del ingreso cada vez más despareja.
El incremento del 30 por ciento en el presupuesto de Desarrollo Social para el año que viene que el gobierno de Cambiemos incluyó en el Presupuesto 2017 es una señal de la preocupación oficialista sobre el deterioro social del país. Pero esa mejora sólo será un paliativo si no se logran revertir las variables sociales de las que venimos hablando de manera histórica.
Tampoco creemos que la mejora de la pobreza y el empleo se logrará volviendo a endeudar al país con el exterior, más aún si esos fondos van a parar a la financiación de compra de dólares y no para la compra de equipamiento productivo, como viene sucediendo.
Cuando hoy discutimos en la Argentina por los niveles de violencia social y deterioro cultural y educativo es porque socioeconómicamente el país se fue destrozando en los últimos 40 años. Que tengamos 3 generaciones de personas que no trabajan es una muestra del «contagio» que significa la pobreza. Y el 40 por ciento de los chicos argentinos en condiciones de pobreza da cuenta de que la mayoría de los menores de edad nacidos en los últimos años lo hicieron en hogares pobres. Es decir, que las clases acomodadas tuvieron menos hijos que los estratos sociales más bajos. El adaggio social argentino indica que, nacer en un hogar pobre implica vivir en la pobreza y probablemente morir pobre. Y nos muestra que ni siquiera una buena racha económica (la famosa y siempre deseada «buena cosecha») puede sacar al país del destrozo social y económico.
La Argentina debe generar riqueza más allá de su producción primaria: hacia allí debiera estar dirigida toda la inversión prometida y así obtener ingresos genuino sin tener que volver a recurrir al endeudamiento externo.
Pese a las distintas miradas que tienen entre sí los hombres y mujeres del gobierno de Cambiemos sobre la cuestión social (especialmente por la mirada de los fiscalistas que rechazan cualquier incremento presupuestario aunque sea con fines sociales), por ahora la disparidad de opiniones confluyen en una suerte de postura pragmática (realpolitik) acerca de que no se puede quitar al Estado del rol de ordenador de las variables económicas y sociales. Si bien puede ser una pésima señal para el establishment económico local e internacional, no deja de ser tranquilizador que el gobierno haya decidido no correr al estado de su rol de contenedor de la dinámica social.
Podemos no estar de acuerdo con los planes sociales y los subsidios. Pero no podemos admitir que se quiten sin debate ni estudio de su impacto social. Y menos aún quitarlos en pleno ciclo económico recesivo.
Ahora, bien: ¿por qué hoy duele hablar tanto de pobreza en aumento?
Los años de recuperación económica que el kirchnerismo supo capitalizar políticamente no nos terminaron de sacar de esa condición de país rara avis, no tan rico pero sí más pobre y notoriamente desigual.
El balance de pobreza durante el kirchnerismo es favorable pero insatisfactorio, especialmente por la manipulación estadística que se ejerció sobre los principales indicadores sociales que tergiversó el monitoreo real de la realidad económico-social de la Argentina.
Sin embargo, si bien es cierto que la reducción de la pobreza en más de 20 puntos (al menos de acuerdo a los números de Daniel Nieto Michel) entre 2003 y 2015 es un mérito innegable, no es menos verdadero que el menemismo también había logrado bajar ese flagelo social en proporciones casi similares. Las estadísticas muestran que ambos gobiernos de raíz peronista (aunque con signos ideológicos distintos) remontaron la cuestión social pero no lograron desenredar la pobreza estructural, la que se constituye por el modelo productivo del país, el modo en que emplea a su habitantes, cómo los retribuye por su labor y en qué invierte el país sus ganancias.
Ni el menemismo y el kirchnerismo quisieron darse cuenta de que, habiendo bajado la fiebre que provoca la pobreza como enfermedad social, la patología no había desaparecido (o tal vez sí lo advirtieron y optaron por construir una épica populista en torno a dicha patología).
Si bien es cierto que el gobierno de Néstor Kirchner procuró un modelo económico-financiero que modificara la estructura productiva nacional, ya en tiempos de Cristina Fernández presidenta esa tarea fue decididamente abandonada. Se optó maquillar al paciente y disimular su enfermedad
Ojalá que a Cambiemos no se le rompa ese termómetro social que tuvo que salir a comprar de urgencia cuando el tarifazo le recordó los padecimientos que atraviesa el país.
Si da con el diagnóstico justo, tal vez se de cuenta de que el tratamiento para curarlo será largo, de años y no de meses, mucho más allá de su gestión. Ojalá que así lo advierta y proceda en consecuencia.
Al haber saneado los números del INDEC dio un gran paso para empezar la recuperación del paciente. Pero la política no es sólo diagnóstico, también es tratamiento aplicado con decisiones concretas y correctas.