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[OPINIÓN] Cuando la política caza en el zoológico

[OPINIÓN] Cuando la política caza en el zoológico

Decisiones y declaraciones del presidente argentino, Mauricio Macri, muestran la dificultad del mandatario de ampliar su base de apoyo popular, ante las adversidades de la economía y la crisis de representación de los partidos políticos argentinos.


por Diego Corbalán (*)

Las rupturas y continuidades de la política no se explican necesariamente con el cambio de un gobierno. Para muchos, el 10 de diciembre fue un antes y un después: sin embargo, el cambio de gobierno más bien relanzó realidades de la política misma, especialmente su ejercicio desde el gobierno.

En política, lograr un núcleo duro, mínimo, crítico de adhesiones, de seguidores, es un todo un valor en sí mismo. Tener militancia que siga a un partido, haga lo que haga, redunda en votos, por supuesto.

Así el peronismo post Perón logró durante muchas décadas tener a esos incondicionales ultra-recontra convencidos de ser peronista, de vivir como peronista y, claro, de votar a un peronista. Sin embargo, este romance político tiene un «pero» histórico muy importante: el kirchnerismo.

Los 12 años de Néstor y Cristina provocaron profundas modificaciones en ese clivaje que conocimos como peronismo. Pero, sin dudas, si hubo rupturas dentro de él, ya habían empezado darse con los 10 años de Menem como presidente.

A la luz de lo que hoy es el peronismo, queda claro que los casi 25 años de idas y vueltas ideológicas de la identidad peronista dejaron al autodefinido «movimiento» más paralizado y fragmentado que nunca. No nos animamos a hablar de la muerte del peronismo, pero sí de su coma político.

Algo parecido podríamos decir del radicalismo. Si bien su fase alfonsinista revitalizó al centenario partido, la salida anticipada de Don Raúl, y el fracaso de la Alianza precipitaron al partido a una caída de la cual nunca más se repuso. En este caso, tampoco nos animamos a hablar de muerte del partido.

Más bien ponemos al radicalismo en el mismo plano que el peronismo, en el lugar de las grandes pertenencias político-ideológicas que pasaron de ser grandes tanques partidarios a ser buenos acompañantes del candidato de ocasión.

Así pasó con el radicalismo con Macri y así empieza a perfilarse lo mismo con el PJ y quien decida ser rival del gobierno en las legislativas de 2017 y en las presidenciales de 2019.

Dicho esto, digamos entonces que el gobierno de Macri inauguró un nuevo tiempo de la vida política argentina; a Cambiemos le toca ser gobierno en un momento histórico, más por el fin del histórico bipartidismo argentino que por lo en sí pueda ser la gestión que encabeza Mauricio Macri.

En suma, el PRO más el radicalismo componen una alianza partidaria para gobernar una verdadera transición política que (tal vez de trascendencia como el retorno democrático del 83 o como la normalización político-económica de 2002) y que va camino a definir nuevos partidos y nuevas identidades políticas (o por lo menos distintas a las que hasta ahora conocimos).

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Cuando hablamos de rupturas y de continuidades, en estos recientes días vimos cómo Cambiemos tropezó con la misma piedra con la que sus antecesores chocaron.

En tiempos del kirchnerismo, vimos varias fases de su construcción política. Con Néstor Kirchner presidente, la configuración de un espacio político amplio, más allá de las fronteras de peronismo, constituyó una apuesta que incluso dio muy buenos resultados electorales.

La idea de consolidar esa gran alianza de centro izquierda, con dirigentes progresista de todo pelaje e incluso con la integración de radicales cansados de las penurias de su partido, fue coronada con la llamada Transversalidad (¿se acuerdan?) que hizo que Julio Cobos fuese compañero de fórmula de Cristina y posteriormente vicepresidente.

Sin embargo, toda esta construcción política empezó a resquebrajarse con la crisis de campo y terminó estallando con la renuncia del dirigente mendocino.

Después, la historia ya es conocida: la transversalidad dio lugar, poco a poco, a la constitución del ultrakirchnerismo fanatizado que todos conocimos con La Cámpora como mascarón de proa.

La radicalización del kirchnerismo no hizo más que empezar a hacer política como cazando animales en un zoológico cada vez más pequeño.

Cuando el presidente Macri reta a los que andan en patas y en remera en sus casa, claramente le habla al núcleo duro de su electorado.

Cuando endulza los oídos de los palcos de La Rural, también lanza cantos de sirena a una parte vital del voto agropecuario que lo ensalzó como presidente.

Cuando pone en duda a los 30.000 desaparecidos también le habla a los suyos, como así también cuando se refiere a los sangrientos sucesos de los 70 como una guerra sucia.

Estas definiciones de Macri son verdades incuestionables para sus fieles seguidores. Pero el problema es que los espacios políticos no se consolidan hablándoles sólo a los convencidos. Más aún: cuando la economía viene entregando mes a mes malas noticias, no parece oportuno que el gobierno se refugie «entre los suyos».

Macri, como también hizo Cristina, ganó elecciones convenciendo a los no tan convencidos.

Con anuncios como el Plan para erradicar al violencia de género seguramente Cambiemos logre ampliar hacia la centro izquierda un espacio político propio, genuino, que le de oxígeno electoral en las batallas electorales por librar.

Embarrándose en la histórica discusión sobre la cantidad de personas que la dictadura desapareció no parece ser la mejor estrategia de seducción, de los «no sé» de la política. Esos «ni ni» de la política, que son los que nunca están del todo convencidos con el gobierno de turno, son los que definen las elecciones.

Esos ciudadanos son los que están dispuestos a dar su voto a cambio de buenas propuestas y mejores gestiones, aún cuando condiciones políticas y económicas adversas.

Hace unos 2.000 años atrás, un tipo de barba, judío y muy carismático provocaba el enojo de sus seguidores porque les despachaba parábolas en las que el padre de una familia salía a recibir a su hijo descarriado en vez de reconocer a su otro vástago que nunca lo había abandonado.

Si les gusta la comparación, es que algo de parecido tienen la política y la religión, a propósito de los conversos y los que hay que convertir.

(*) Periodista, conductor del programa Ventana Abierta, emitido por FM Milenium

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