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[OPINIÓN] Mirtha Legrand y los «disruptivos» de la locura argentina

[OPINIÓN] Mirtha Legrand y los «disruptivos» de la locura argentina
Las críticas de la conductora a la gestión del gobierno de Mauricio Macri sirven como muestra de una sutil aspereza de la discusión pública vigente en la Argentina. 


por Diego Corbalán (*)

En los cuestionamientos de Mirtha Legrand a distintas medidas tomadas por el flamante mandatario argentino, Mauricio Macri, se advierte la paradoja al calor de llamada «grieta»: cuando uno de los actores de un «bando» pareciera que (al menos momentáneamente) salta al «otro lado». Sin embargo, entendemos que ni esta grieta es un episodio nuevo en la historia argentina, ni que haya «garrochistas» de ocasión.
Son estos episodios (y sus protagonistas) los que dejan entrever nítidamente rasgos arquetípicos de nuestra idiosincrasia nacional, mucho más que aquellos hechos que se replican una y otra vez sin despertar mayor interés, más allá de ser novedosos y superpuestos a otros recientes. 
Y así fue que en la historia, desde los episodios más recientes a los más lejanos, los que «saltaron» a un lado y al otro en el devenir de la vida política argentina son hoy verdaderos exponentes de las «disrupciones argentinas» que nos exponen como sociedad en toda su dimensión. 
Por caso, hace algunos pocos años atrás, en 2012, la ex presidenta («nacional y popular») Cristina Fernández sorprendía en su discurso ante la Asamblea Legislativa del 1 de marzo al soltar duras críticas a los docentes por las amenazas de no iniciar el ciclo lectivo de ese año: «Tienen 3 meses de vacaciones», les enrostró la entonces mandataria. 
Varios años antes, el fallecido ex presidente Néstor Kirchner también sorprendía a propios y ajenos con el llamativo e inédito acercamiento a las Madres de Plaza de Mayo, el acompañamiento a los reclamos de «mano dura» de Juan Carlos Blumberg y el descuelgue del cuadro del ex dictador Videla.
En el año 2001, otro hecho de quiebre trascendente y (a posteriori) demoledor, fue la vuelta de Domingo Cavallo al ministerio de Economía. Los errores sucesivos de la Alianza en la materia (al pretender sostener un modelo económico ya agotado como fue la Convertibilidad) derivó en un llamado desesperado al que fuera «superministro» de Carlos Menem. 
El propio Carlos Menem fue un enorme estado de extrañeza en sí mismo, al haber llegado al poder con una clara pertenencia al peronismo y, sin embargo, con un desafiante abrazo al neoliberalismo de los 90 que barrió, incluso, con dogmas históricos del movimiento fundado por Juan Perón. 
Y hay más de esos pliegues de la historia que podemos citar arbitrariamente pero que nos permiten advertir esos momentos de un evidente «sesgo» argentino. 
La dictadura de Galtieri derrotada en Malvinas fue uno de los hechos de más impacto en la vida argentina de la segunda mitad del siglo XX. Los militares doblegados en el campo de batalla constituyó un hecho sentencioso para el gobierno de facto. 
También lo había sido el recordado episodio protagonizado por Perón y Montoneros, cuando el desgastado líder echo a la militancia revolucionaria de Plaza de Mayo, durante un discurso que esta no se cansó de repudiar. De allí, sobrevendría una de las más trágicas páginas de la historia argentina. 
Y si uno quisiera nadar aún más profundo en nuestra historia no podría dejar de bucear por aquel recordado homenaje de Ricardo Balbín a su otrora acérrimo político, el mismísimo Perón, a quien despidió en su funeral como «un amigo». 
Tampoco podría dejar de resaltarse la entrevista de Arturo Frondizi con el emblemático Ernesto «Che» Guevara en 1964. El entonces presidente radical había dado signos de disciplinamiento con los Estados Unidos y especialmente con el Fondo Monetario Internacional (con una serie de medidas de ajuste económico) y, sin embargo, en tren de sostener ese acercamiento, el mandatario buscó tender puentes de diálogo entre el gobierno norteamericano y Cuba, lo que le valió un llamado de atención de los militares vernáculos y, meses después, su derrocamiento. 
Y ni que hablar, hace poco más de un siglo, cuando uno de los hombres más mimados del conservadurismo argentino, el ex presidente Roque Sáenz Peña, como miembro del ala modernista del Partido Autonomista Nacional, promovió la ley que llevó su nombre que estableció el voto universal y que, sin dudas, dejó abiertas las puertas a la llegada al poder del primer partido de masas argentino, el radicalismo, de la mano de Hipólito Yrigoyen. Vaya quiebre de la historia, que inauguró una de las etapas políticas más convulsionadas de la historia argentina, alternada por democracias y dictaduras que se sucedieron a sangre y fuego hasta la década de 1980. 
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El episodio de críticas de Mirtha Legrand a Macri parece pequeño al lado de la ostentosa nómina histórica que hicimos más arriba. Pero no deja de ser un hecho estrechamente ligado a esta noción de los «pliegues» de la historia que ponen en aprietos a la opinión pública. Los «disruptivos» de la historia siempre están al acecho, aunque ni ellos mismos lo adviertan.
Aquél Sáenz Peña aparentemente disociado de su época y de los suyos (los conservadores) no hizo más que interpretar un destino inevitable que sobrevendría a la Argentina de la inmigración transoceánica masiva y el reclamo de participación amplia en la vida política. 
El Frondizi «comunista» no fue más que una muestra de los tiempos en los que el mundo indefectiteblemente se había sumergido con la Guerra Fría, con reacomodamientos políticos e ideológicos que transformarían decididamente el tablero geopolítico global.
Perón echando a los «imberbes» no fue más que el episodio que cristalizó a un país quebrado ideológicamente, camino a despedazarse políticamente, así como el «viejo» Balbín despidiendo al propio Perón mostraba la necesidad de una reconciliación entre la Argentina peronista y anti-peronista que recién se lograría una década después, con el interregno de la sangrienta dictadura militar. 
La derrota de la propia Junta en Malvinas patentizó el rechazo social a una dictadura a la que, aún tolerada por su faceta política (represión de Estados incluida), ya se la cuestionaba por empujar al país a una crisis económica profunda que estallaría en manos del radicalismo. 
Los volantazos político-ideológicos de Menem expusieron a la sociedad argentina ante sus propias miserias, mientras que la Alianza de De la Rúa con el reingreso triunfal de Cavallo al poder reconocía lo que había negado el candidato en la campaña, es decir, el fin de ciclo de la Convertibilidad y del neoliberalismo que facilitó aún negándolo ideológicamente. 
Y ni que hablar de las contradicciones de Néstor Kirchner y Cristina Fernández: dichos contrapuntos dejaron ver nuevamente cuán pauperizada había quedado nuestra dirigencia, luego de un siglo de democracia truncada, con pesadas herencias en materia política y económica y un inevitable aplastamiento y mediocrización de nuestra sociedad. 
Insistimos: tal vez el episodio de Mirtha Legrand sea pequeño, pero manifiesta un estado de crítica social que tomó envión con los desaguisados del kirchnerismo en su «década ganada». Dichos cuestionamientos, creemos, están lejos de apaciguarse por la clásica «luna de miel» política que todo gobierno de estreno disfruta junto a sus votantes, ante la recelosa mirada de sus opositores. 
Albert Einstein supo decir que la «locura es hacer la misma cosa una y otra vez esperando obtener resultados diferentes». 
Si prestáramos más atención a estos quiebres en la discusión pública argentina moderna, (protagonizados por auténticos bichos raros de su tiempo) tal vez entenderíamos un poco más nuestra propia locura, teñida de celeste y blanco.
(*) Periodista, conductor del programa Ventana Abierta, emitido por FM Milenium

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