Miradas: Mientras haya paraísos fiscales, ni hablar de igualdad económica
El fenómeno de fuga de capitales hacia destinos financieramente seguros, desangra a los países de recursos, lo que hace que los que terminan pagando impuestos sean los trabajadores, aunque no los grandes capitales. Un proceso que contribuye, dramáticamente, al reparto inequitativo de la riqueza global.
De acuerdo al informe global de Oxfam sobre el crecimiento de la desigualdad en todo el mundo, se estima que en los paraísos fiscales se ocultan 7,6 billones de dólares de fortunas individuales, lejos de las autoridades fiscales de los países donde residen sus propietarios.
Según señala María Villanueva, responsable de Justicia Fiscal y Desarrollo de Oxfam Intermón, «mientras las rentas del trabajo, cada vez menores, soportan sus correspondientes impuestos, otras se escapan a estos paraísos sin apenas contribuir a los gastos públicos (que financian las estructuras de las que se benefician)»
La especialista recuerda el caso del multimillonario Warren Buffet quien ilustró este hecho al comentar que en la práctica él paga menos impuestos que cualquier persona de su oficina, incluyendo a la encargada de la limpieza y a su secretaria personal.
La globalización y la tecnología hacen cada vez más fácil que los activos o los beneficios de las grandes multinacionales «viajen» a paraísos fiscales para ocultarse del fisco.
Por caso, en España, el 85% del esfuerzo fiscal recae sobre las familias, frente a una contribución casi nula de la fiscalidad sobre el patrimonio, la riqueza o el capital.
La globalización y la tecnología hacen cada vez más fácil que los activos o los beneficios de las grandes multinacionales «viajen» a paraísos fiscales para ocultarse del fisco. A golpe de un click, prácticamente. Por eso el uso de los paraísos fiscales está creciendo en términos exponenciales. La inversión desde España en 2014 creció un 2000%, la gran mayoría hacia las Islas Caimán. En ese mismo año Luxemburgo se convierte en el segundo país inversor en nuestro país. Si hablamos de países en desarrollo, un tercio del patrimonio de los africanos ricos se encuentra en territorios donde reina la baja tributación y/o el secreto bancario.
La inversión desde España (hacia los paraísos fiscales) en 2014 creció un 2000%, la gran mayoría hacia las Islas Caimán.
Entre las consecuencias negativas de esta tendencia (yo diría la deriva de la economía), se encuentran la distorsión de las decisiones económicas y del adecuado desarrollo de la economía mundial y local; la falta de recursos públicos para que los Estados puedan cumplir sus funciones con el consiguiente incremento de sus déficits. Se estima que el patrimonio de los africanos oculto en paraísos fiscales supone una pérdida de unos 14.000 millones de dólares al año, suficiente para escolarizar a todos los niños y niñas del continente.
El patrimonio de los africanos oculto en paraísos fiscales supone una pérdida de unos 14.000 millones de dólares al año
Es imposible que a este ritmo se logre el objetivo de reducción de la desigualdad que se marcó en la cumbre de Naciones Unidas en septiembre pasado, en el marco de los Objetivos de Desarrollo Sostenibles (ODS). Mientras el sistema fiscal internacional no ponga coto al funcionamiento de los paraísos fiscales ese objetivo no hará más que alejarse. Los resultados, por lo alarmantes que son, lo demuestran. En 2015, 62 personas tienen ya más riqueza que 3.600 millones de personas. En España, el 5% más rico de la población supera ya la riqueza en manos del 90% más pobre. Se hace urgente y necesario abordar medidas para poner fin a los paraísos fiscales de forma global y local.
De la tan prometedora expansión del capitalismo a nivel global (especialmente desde la Revolución Industrial, a partir de la segunda mitad del siglo XVIII), la economía mundial pasó a vivir un proceso de ampliación de los horizontes financieros durante el siglo XX, pero con puerto final para el flujo financiero en los paraísos fiscales que constituidos, ni más ni menos, por una treintena de países demasiado generosos para recibir fondos sin preguntar por su origen y poco dispuestos a explicar cómo llegaron hasta sus costas. Nuestro siglo XXI nos muestra cabal y dramáticamente este proceso.
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