La «crisis de los 40», diez años antes
La presión social sobre esta generación para mostrar éxito en lo laboral y en la formación de una familia empuja al riesgo de la frustración.
Pasar de los desligados 20 años a los 30 es un factor de crisis para la mayoría de los adultos jóvenes. Los especialistas señalan que se adelantó la llamada “crisis de la mitad de la vida”, que para el psicólogo Miguel Espeche representa “la despedida definitiva de la juventud total”.
“A los 30, la conversación que solemos tener a los 20 de que tenemos tiempo para todo, sufre un punto de inflexión”, agrega Alejandro Marchesan, licenciado en ciencias sociales y humanidades, y vicepresidente de la Asociación Argentina de Profesionales del Coaching. Un 14% de la población del país está transitando esta etapa de deadlines o, como define Marchesan, del primer “alto” en la vida, cuando uno se anima a hacer un planteo y todavía tiene tiempo para tomar el timón y cambiar la dirección del barco.
El fin de la adolescencia eterna golpea fuerte. “Esta generación es la que se enfrenta a una ‘moratoria social’ extendida. Hasta principios de los 90, el momento en que se insertaban en el mercado laboral y formaban una familia estuvo adelantado. Pero hoy ese momento se da finalmente a los 30”, señala la doctora Ana Lía Kornblit, antropóloga, médica e investigadora del CONICET. El desfasaje trae ciertos males conocidos, especialmente en las mujeres, que comienzan a sentir la cercanía del límite biológico para tener hijos.
Por eso, mujeres y varones viven la crisis en distintos planos. Cristina Benchetrit, psicóloga especializada en terapia familiar y de pareja, indica que en ellas suele ser más fuerte el tema de la maternidad y encontrar una pareja estable. En ellos, pesa lo profesional. “En los varones está aceptada y naturalizada una postergación de la paternidad. En cambio, en las mujeres esta prolongación puede conducir eventualmente a momentos críticos debido a la incertidumbre”, profundiza la médica y psicoanalista Leticia Glocer Fiorini, presidente de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA).
El contexto que envuelve a este grupo de adultos jóvenes en el intersticio de las generaciones X e Y incide en la crisis. “La idealización de la juventud perturba, ya que muchos sienten que queda atrás. También la tendencia cultural a ver lo que falta y no lo que se tiene”, opina Espeche.
El vértigo tampoco ayuda. “Vivimos en épocas caracterizadas por quemar etapas y la urgencia. Hay una presión social de lograr todo ya”, destaca el doctor Ricardo Rubinstein, psicoanalista de APA. Aparte, presionan las expectativas del entorno familiar y social. Tal como describe Rubinstein, comienza a “marcarse la diferencia” entre quienes han ido generando proyectos familiares o laborales, “y los que se ‘quedaron’”.
Con todo, la crisis de los 30 no se compara con la de los 40, que se funda en el interrogante “¿Dónde se ha ido el tiempo?”. “La crisis de los 30 no está acompaña de las frustraciones que trae la de los 40, donde predomina el desencanto de ver que muchas cosas que no se lograron, no se lograrán”, declara Marchesan. A los 30, según Fiorini, “el tiempo tiene carácter prospectivo, el futuro está abierto”.
Espeche concluye que ninguna edad debería considerarse en sí misma una crisis. “No podemos vivir viendo conflictivo todo proceso humano. La edad no es un problema, sino una circunstancia que trataremos de vivir con la mayor plenitud, aprovechando lo que nos da, sin lamentar lo que nos quita”, resume.
El consejo para navegar la etapa es estar acompañado y ser positivo. “Las crisis son fuente de energía y cambio. Toda situación tiene por lo menos dos caras, es bueno aprender a ver la que nos sirve para avanzar”, culmina Benchetrit.
fuente: Clarín
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