Clase media y kirchnerismo: una relación con idas y vueltas
Heterogénea, mayoritaria, políticamente volátil y ambigua en su relación con el Gobierno, la clase media es el amplísimo sector capaz de visibilizar el descontento social y generar climas de opinión.
Por Raquel San Martin (diario La Nación)
Al kirchnerismo y la clase media los unen, a la vez, el amor y el espanto. Heterogénea, volátil en sus inclinaciones políticas, capaz de definir el clima de la opinión pública, conquistada en parte e inconquistable en otra, la clase media es quizás el único enigma de la política nacional que el gobierno no puede aún terminar de resolver. En ella, en tanto, el kirchnerismo introdujo la última división que faltaba en un sector social ya fragmentado: K y anti K.
Entre el objeto de deseo y el enemigo, la clase media -ese sector al que el 80% de los argentinos dice pertenecer, por derecho, por aspiración o por recato, aunque las mediciones por nivel de ingreso lo ubican entre el 60 y 70%- ha sido blanco tanto de intentos de seducción como de castigo por parte de los gobiernos kirchneristas. Si la política de derechos humanos, los subsidios y créditos para el consumo y la ley de matrimonio igualitario fueron guiños de acercamiento a la clase media, que redituaron en apoyo y en votos, también se la ha criticado por reclamar únicamente cuando no puede sacar sus dólares del banco o tiene que pagar la luz y el gas sin subsidios, por conformista y superficial, por racista y hasta destituyente, incluso desde el atril presidencial.
Entre el objeto de deseo y el enemigo, la clase media -ese sector al que el 80% de los argentinos dice pertenecer, por derecho, por aspiración o por recato, aunque las mediciones por nivel de ingreso lo ubican entre el 60 y 70%- ha sido blanco tanto de intentos de seducción como de castigo por parte de los gobiernos kirchneristas.
Estas contradicciones se vuelven particularmente transparentes hoy, cuando la incertidumbre por el fin de un ciclo económico pone el humor de la opinión pública en estado de alerta y sus sectores más volátiles se vuelven proclives a cambiar sus afinidades.
Cuando Hugo Moyano convoca a un paro para reclamar la suba del mínimo no imponible de ganancias y luego, desde su palco en Plaza de Mayo, asegura que «cuando hablamos de trabajadores también estamos hablando del intelectual, del investigador, del empresario, de los profesionales, todos somos trabajadores», da pelea allí donde el kirchnerismo no siempre ha podido, hasta ahora, ganar sin discusión.
Clase media y kirchnerismo parecen enredados en una relación ambigua, que hunde sus contradicciones en el origen peronista del gobierno y se renueva cuando los partidos políticos que podrían atraer al sector que es símbolo del progresismo y la movilidad social lo han dejado huérfano de representación.
Clase media y kirchnerismo parecen enredados en una relación ambigua, que hunde sus contradicciones en el origen peronista del gobierno y se renueva cuando los partidos políticos que podrían atraer al sector que es símbolo del progresismo y la movilidad social lo han dejado huérfano de representación.
La clase media es casi un sinónimo de la Argentina, o del modo en que la Argentina quiso y quiere pensarse, y quizá por eso condensa lo mejor y lo peor del país: de un lado, el ascenso social gracias al esfuerzo, el trabajo y el ahorro, el discurso moral sobre la política, la condena a la corrupción y el respeto a las instituciones; del otro, la volatilidad de las inclinaciones políticas, más definidas por la estabilidad del bolsillo que por las opciones ideológicas; la mirada puesta en el consumo como identidad de clase; la indiferencia hacia los más pobres; la pasividad cívica.
Pero también sintetiza algunas contradicciones argentinas: parte de la clase media apoyó golpes militares, pero también de ella salió el movimiento de derechos humanos; ella cantó «Piquete y cacerola, la lucha es una sola» en 2001 pero, tranquilizado el bolsillo, empezó a condenar a los piqueteros como una molestia en el tránsito; sectores de ella critican el asistencialismo a los pobres como clientelista, pero de ese campo social surge el potente trabajo social de las ONG; parte de ella votó a Cristina Kirchner como presidenta y a la vez a Mauricio Macri como jefe de gobierno de la ciudad.
Sin embargo, el electorado porteño -mayoritariamente de clase media- es crítico de muchas de las políticas oficiales más recientes. Según dos sondeos realizados por el Centro de Opinión Pública de la Universidad de Belgrano (Copub) en los últimos meses, el 60% de los porteños desaprueba el modo elegido por el gobierno para privatizar YPF; el 70%rechaza una eventual reelección presidencial indefinida, y el 87% cree que las cifras de la pobreza difundidas por el Indec no son verdaderas. Quienes creen que la imagen positiva de la Presidenta cayó en los últimos meses, lo atribuyen, en orden, al control del dólar, la economía en general y el aumento de los servicios, y, en esa línea, el 47% cree que la economía empeorará este año.
«Hay toda una serie de estereotipos positivos y negativos que fueron forjados en los años 50 y 60, que se imprimieron fuertemente en la cultura argentina y que siguen hoy orientando las percepciones sobre qué es la clase media. Es la clase media como baluarte del progreso y la movilidad social, y a la vez el ?medio pelo’. Hoy son estereotipos que giran en falso y no sirven para leer la realidad. No se puede hacer un retrato de la clase media como si fuera algo homogéneo, políticamente tampoco», advierte ante La Nacion Ezequiel Adamovsky, historiador, investigador del Conicet en la UBA y autor del libro Historia de la clase media argentina , que ha inspirado un programa de televisión en el Canal Encuentro y el documental Clase media .
Su director resume las contradicciones que encierra ese grupo. «La clase media es golpista, progre y revolucionaria, todo eso. Fue antiperonista en el 55, pero los hijos de esa generación fueron los revolucionarios de los 70», dice Juan Carlos Domínguez, quien canalizó su desconcierto en el documental producido por la Universidad Nacional de San Martín, que, con equilibrio, recorre la historia del sector medio en el país, desde los inmigrantes que le dieron empuje hasta el kirchnerismo, pasando por el momento clave del peronismo, cuando la clase media se consolida por oposición a ese movimiento que había construido a los más pobres como un nuevo actor político. El documental, que se exhibió este mes en el Centro Cultural de la Cooperación, puede verse el miércoles próximo, a las 19, en la Legislatura porteña.
«La clase media es golpista, progre y revolucionaria, todo eso. Fue antiperonista en el 55, pero los hijos de esa generación fueron los revolucionarios de los 70», dice Juan Carlos Domínguez (…)
En esa identidad antiperonista descansan muchas dificultades que tiene el kirchnerismo para dialogar con la clase media y el recelo con el que parte de ella mira al gobierno. Es cierto, sin embargo, que a pesar de que tradicionalmente las clases medias han votado opciones no peronistas, las inclinaciones políticas de un sector tan heterogéneo son difíciles de generalizar.
«El kirchnerismo tuvo una política bastante cambiante con la clase media. En los discursos de campaña y los primeros como presidente, Néstor Kirchner fue la persona que con más énfasis se dirigió positivamente a la clase media y la mencionó con más frecuencia con sentido positivo, reivindicando su lugar como baluarte del país ?normal’ al que había que volver», dice Adamovsky. «Desde 2007, y en particular desde el conflicto con el campo en 2008, el kirchnerismo retoma discursos nacionales y populares y empieza a condenar a la clase media.» No sólo lo hizo el núcleo del kirchnerismo más cercano a la izquierda, que criticó repetidamente el espíritu «burgués» de esos sectores, sino también la propia presidenta, en 2010, en un acto en el Luna Park, cuando acusó a la clase media de ser «tan volátil» y de creer que «separándose de los laburantes, de los morochos, le va a ir mejor». El discurso se complica, sin embargo, si se piensa que el corazón de la militancia del período cristinista, con La Cámpora en el centro, es de clase media.
«El kirchnerismo tuvo una política bastante cambiante con la clase media. En los discursos de campaña y los primeros como presidente, Néstor Kirchner fue la persona que con más énfasis se dirigió positivamente a la clase media y la mencionó con más frecuencia con sentido positivo, reivindicando su lugar como baluarte del país ?normal’ al que había que volver», dice Adamovsky.
Para la socióloga Liliana De Riz, profesora consulta de la UBA e investigadora del Conicet, que ha analizado las conductas políticas y electorales de las clases medias, «la política kirchnerista hacia este sector ha sido errática. Necesita el voto de sectores medios, pero oscila entre conquistarlos y castigarlos. Hay un grupo de clase media sensible al pluralismo y los derechos humanos para quien el kirchnerismo reivindicaba a la Argentina de una memoria de horror. La renovación de la Corte Suprema fue también una reparación. Ahí logró una clientela indiscutida».
La política económica del kirchnerismo fue transversal a muchos sectores sociales, pero no apuntó en particular a la clase media; de hecho, entre 2003 y 2006 el crecimiento del empleo benefició más a los sectores pobres, en una política que atendió a la emergencia extrema de esos grupos, y que se extendió luego con políticas sociales como la Asignación Universal por Hijo. «Pero el kirchnerismo sí hizo dos cosas. Por un lado, una agenda de derechos civiles progresista que convoca a buena parte de la clase media. Por otro, ha sido hábil para elegir a sus enemigos, como el FMI y las grandes corporaciones, o al decidir el no alineamiento automático con los Estados Unidos. Ese antineoliberalismo se conecta con la agenda de una parte de la clase media, lo que además dejó desorientados a la izquierda y al progresismo», apuntó el sociólogo Luis Alberto Quevedo, especialista en comunicación y opinión pública y miembro del Consejo Académico de Flacso, que fue jefe de campaña del candidato kirchnerista a jefe de gobierno porteño Daniel Filmus.
Claro que en esa recuperación de terreno jugó su parte la oposición. La UCR, que nació como un partido para las clases medias homogéneas y pujantes de principios de siglo, o partidos de centroizquierda como ARI de Elisa Carrió y el Frente Amplio Progresista de Hermes Binner y, en otro registro, el Pro de Mauricio Macri, promueven valores, estilos y estéticas que resuenan en las clases medias, como el discurso anticorrupción e institucional, la moderación y el equilibrio y hasta la eficiencia de gestión y la condena al clientelismo.
Pero si la clase media «cultural» y progresista puede estar en parte conquistada por el Gobierno, la clase media alta le es aún esquiva. Y ahí la reconciliación parece más complicada. «El enriquecimiento rápido de la clase media alta durante el menemismo no parecía vinculado con la acción estatal, aunque estaba sostenido por la política económica de la convertibilidad, y en esos años se fortaleció además la idea del Estado y la clase política como corruptos e ineficientes. En el período kirchnerista, cuando el Estado quiere ser más activo fijando límites al acceso al consumo, esa aparición reguladora es mirada como restrictiva por esos sectores y la reacción es virulenta», describe el sociólogo Gabriel Vommaro, investigador docente en la Universidad Nacional de General Sarmiento y el Conicet. «El kirchnerismo les genera las condiciones para tener acceso a ganancia y consumo, pero no le reconocen ese rol. Lejos de eso, se lo acusa de regulación desmedida. Hay un malentendido ahí que desconcierta al gobierno», apunta.
Pero probablemente el capital propio más destacado de la clase media sea su capacidad de instalar humores en la opinión pública -amplificada por su presencia mayoritaria en la ciudad de Buenos Aires, donde todo repercute nacionalmente con dimensiones extendidas-, un terreno en el que el Gobierno viene peleando su «batalla cultural», dirigida además en buena medida a la clase media. ¿Quién mira, sino, 6,7,8 ?
Pero probablemente el capital propio más destacado de la clase media sea su capacidad de instalar humores en la opinión pública -amplificada por su presencia mayoritaria en la ciudad de Buenos Aires (…)
«La clase media tiene la capacidad de articular protesta, de expresar el descontento, porque se da cuenta de que la política tiene que ver con su destino», apunta De Riz. Eso no significa, sin embargo, movilización efectiva. «La clase media define los parámetros del estado de la opinión pública, pero tiene cierta modorra ciudadana. Le gusta participar en el espacio público en el café, en la plaza, en la universidad, pero no pone el cuerpo. Pone la palabra», dice Quevedo.
Los cacerolazos en 2001 y 2002, sin embargo, marcaron un quiebre en esa tendencia a la pasividad cívica. «Hubo un período breve pero muy intenso de reencuentro de parte de esos sectores medios con las clases bajas, en solidaridad con piqueteros. La cacerola fue un símbolo de solidaridad interclasista, de unidad y vocación popular. Cuando en 2008 algunos grupos retomaron las cacerolas en medio del conflicto del campo, en sus planteos no había solidaridad de ese tipo», apunta Adamovsky. Menos, coinciden los entrevistados sin dudar, hay relación con aquellas cacerolas y los cacerolazos recientes. «Es una protesta restringida a los barrios de clase media alta, a ese corredor norte de la ciudad, que es además su zona más visible, y es una protesta amplificada por los medios y por el poder de propagación de herramientas como Twitter, también muy usadas por los periodistas», dice Vommaro.
Para Adamovsky, en estas últimas protestas reaparecen los estereotipos sobre la clase media. «De un lado, se habla de una clase media que protesta por sus derechos, y en los medios oficialistas, es la clase media tonta que no entiende nada. En rigor de verdad, fueron algunos cientos de personas en barrios puntuales, no fue la clase media», dice.
Hay un elemento que, para muchos, caracteriza a esta clase mejor que el nivel de ingreso: la expectativa de futuro, la búsqueda de un horizonte de progreso y ascenso social que se hereda a los hijos. Cualquier partido político tendría allí un campo fértil que explotar si quiere el favor de la clase media.
Profesionales independientes, empleados del Estado, docentes, científicos, comerciantes y trabajadores manuales; vanguardistas, moderados y conservadores; habitantes de grandes ciudades y del campo: decir clase media en la Argentina es casi no decir nada. De un sector social homogéneo y reconocible a mediados del siglo XX, en los años 80, y durante los 90 con particular fuerza, la clase media sufrió un proceso de fragmentación que empujó a algunos sectores fuera de sus límites, hacia la pobreza, y dejó al resto separado entre quienes se mantienen cómodos en sus posiciones, quienes hacen malabares para no caer y quienes sostienen las aspiraciones de progreso y consumo pero no la capacidad de ingreso para satisfacerlas. Las fronteras de la clase media hacia los sectores populares se han vuelto, a la vez, más porosas.
Profesionales independientes, empleados del Estado, docentes, científicos, comerciantes y trabajadores manuales; vanguardistas, moderados y conservadores; habitantes de grandes ciudades y del campo: decir clase media en la Argentina es casi no decir nada.
«Hay una cantidad de cuestiones tradicionalmente asociadas a la clase media que hoy son conductas también presentes en los sectores bajos», dice Adamovsky, y ejemplifica: «Se dice que a la clase media le importa el consumo y la marca; si vas a una villa y le preguntás a los chicos qué zapatilla les gusta, te van a decir Nike. Se dice que la clase media discrimina a los pobres. Andá a un barrio obrero y preguntá qué piensan de los villeros. La clase media pide seguridad. Si vas a un barrio pobre, lo ven mucho más como un problema, porque la pasan peor». Sintetiza: «Las características que pensamos que eran de clase media están mucho más distribuidas».
Si durante los 90 millones de personas de clase media «cayeron» a la pobreza -los llamados «nuevos pobres», para diferenciarlos de la pobreza estructural, fueron siete millones de personas entre 1992 y 1997-, entre los que quedaron se produjo una fractura visible. «Se da entre aquellos sectores medios que tienen capacidad de competir en el mercado, que hicieron sacrificios para formar a sus hijos en buenas universidades, y los no competitivos, que son los sectores más vinculados al Estado, los docentes, los empleados públicos, que muchas veces no tienen cómo resistir el proceso de empobrecimiento», dice De Riz. Según la socióloga, que caracteriza a la clase media como «un conjunto heterogéneo y desintegrado», si se compara la estructura social a comienzos de los 90 y la más reciente de 2009, se ve con claridad «la pérdida de peso relativo de la clase media típica y el crecimiento del sector medio bajo».
Si durante los 90 millones de personas de clase media «cayeron» a la pobreza -los llamados «nuevos pobres», para diferenciarlos de la pobreza estructural, fueron siete millones de personas entre 1992 y 1997-, entre los que quedaron se produjo una fractura visible.
(…) si se compara la estructura social a comienzos de los 90 y la más reciente de 2009, se ve con claridad «la pérdida de peso relativo de la clase media típica y el crecimiento del sector medio bajo».
Esa fragmentación se refleja en las demandas sociales. «Los estratos menos competitivos, como los empleados públicos, tienen una capacidad de movilización importante, con reclamos de protección estatal. Los más competitivos, de clase media alta, piden reglas económicas claras, transparencia en el gobierno y eficiencia estatal», escribió De Riz.
Si, como muestra el documental Clase media , el consumo fue siempre el modo de distinción social para este sector, la educación es su escalera al futuro, o, según la calidad de escuela a la que estén destinados sus hijos, un paso en falso. Como dice De Riz, «si el capital social es cada vez más pobre, se nivela para abajo. Sin educación la clase media no existe».
La fragmentación le ha dejado otro rasgo distintivo a la clase media: es quizás el único sector social que se critica -a veces se desprecia- a sí mismo. «La clase media tiene el gusto de los ricos y el sueldo de los pobres», se ironiza, y más de uno de los que se reconoce en ese sector social estaría de acuerdo..