Casi la mitad de la juventud argentina está expuesta a factores de riesgo en su desarrollo social

A tono con el debate que se ha instaurado en los últimos días y que proyectan diversos discursos (antagónicos entre sí la mayoría de ellos) de la clase política argentina en referencia a la modificación de la ley penal para implementar una reducción en la edad de imputabilidad de los menores, es valedero resaltar algunas cualidades que se han consolidado en estas franjas etarias tendientes a brindar un diagnóstico del estado de situación de los jóvenes respecto a las etapas por las que transita en su desarrollo.
En este sentido, Argentina ostenta tasas altas de inscripción en las escuelas, niveles bajos de crimen y violencia y un nivel de consumo de drogas entre moderado y bajo por parte de los jóvenes. Sin embargo, el trabajo juvenil, la deserción escolar, el hábito de fumar, el abuso del alcohol (con la inclusión de sus efectos sobre los accidentes de tránsito), los embarazos adolescentes y el VIH plantean desafíos para las políticas sobre la juventud. Es por ello que desde la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) y el Banco Mundial se confeccionó de manera conjunta la ‘Encuesta sobre las Condiciones Sociales de la Juventud’, donde se analizaron las cinco transiciones que marcan un antes y un después en la vida de todos los chicos y que ellos deben afrontar, entre ellas: la finalización de la etapa escolar y la continuación del aprendizaje, la inserción en el mundo laboral (estas dos etapas serán descriptas en la primera parte de este informe), el desarrollo y mantenimiento de un estilo de vida saludable, la conformación de una familia y el ejercicio de la ciudadanía (tratadas en profundidad en la edición de mañana).
En un primer momento vale resaltar que la juventud en Argentina, 6,7 millones de personas entre 15 y 24 años, constituye un importante recurso para el desarrollo. Pese a ello, indica el documento, más de 2 millones de esos jóvenes (31 por ciento) ya ha tenido conductas riesgosas en torno de las cinco dimensiones mencionadas; asimismo, hay otro millón de jóvenes (15 por ciento) expuestos a factores de riesgo que están correlacionados con eventuales conductas riesgosas. Por lo tanto, el 46 por ciento de los jóvenes corre algún tipo de riesgo.
Estándares educativos
Al indagar particularmente sobre la caracterización que efectúa la investigación teniendo en cuenta el desenvolvimiento de la población bajo estudio, en el esquema educativo puede mencionarse que a nivel país, el 48 por ciento de la franja etaria de los jóvenes (20-24 años) no completa la educación secundaria.
La asistencia a la escuela desde muy temprana edad y el desarrollo de la niñez son clave para la juventud, sin embargo, el 36 por ciento de los niños de entre 3 y 5 años que viven en zonas urbanas no concurren al jardín de infantes (y el porcentaje es aún mayor en zonas rurales). Si bien la inscripción en el sistema educativo alcanza el 99 por ciento para los niños de entre 6 y 12 años, a partir de ahí decrece, en particular después de los 18 años, y disminuye hasta el 49 por ciento para los jóvenes de entre 18 y 23 años de edad.
Si se efectúa un parangón estadístico por regiones, surge que en Santiago del Estero, el 16 por ciento de los niños de entre 6 y 17 años se encuentra fuera del sistema formal educativo, comparado con el 8 por ciento en Santa Fe. La situación empeora en el caso de los adolescentes de entre 15 y 17 años: en Santiago del Estero, el 45 por ciento no asiste a la escuela; en Tucumán, el 40,7 por ciento; en Misiones, el 39,1 por ciento y en Chaco, el 32,8 por ciento.
Asimismo, en relación con el nivel de repitencia, el informe consigna que un tercio de la juventud que asiste a la escuela se encuentra por debajo del grado que le corresponde por su edad. La repetición de grados es común en Argentina, sobre todo entre 1º y 4º grado. En tanto que los estudiantes que repiten un año entre 1º y 7º grado tienen menos probabilidades de asistir a la escuela secundaria o de terminarla. En cuanto a la influencia del entorno familiar sobre el registro de estos parámetros, su papel es preponderante: los estudiantes cuyos padres no completaron los estudios primarios tienen un 12 por ciento menos de probabilidad de inscribirse en la escuela secundaria.
De acuerdo a la estratificación por escalas sociales, se configura un esquema distorsionado donde en la franja más pobre, el 36 por ciento de los estudiantes cuyas edades oscilan entre los 6 y 17 años cursan grados por debajo de los que les corresponde por su edad, en comparación con sólo el 12 por ciento en el sector de mayor poder adquisitivo. Además, los índices de repetición son considerablemente más altos en las escuelas públicas que en las privadas. Los índices estimativos de repetencia del cuarto grado en las escuelas públicas son más de cinco veces mayores que en los establecimientos privados.
Teniendo en cuenta lo anteriormente planteado, las desigualdades económicas influyen igualmente en el período total de adaptabilidad escolar de los individuos, pues se recalca que las personas de escasos recursos completan un promedio de 7,9 años de educación, en comparación con aquellos que posee mayores oportunidades que completan un promedio de 13,3 años, es decir que hay una brecha de casi un 70 por ciento. De los jóvenes que abandonan la escuela, el 52 por ciento mencionó el empleo como la razón principal que motivó su decisión. Seguido por el bajo rendimiento académico (16 por ciento) y los embarazos (8 por ciento).
Distorsiones en el mercado laboral
Al ponderar aspectos sobre el panorama atinente a los mercados laborales y ciclos económicos en los que se encuentra inmersa la juventud argentina, el documento señala que durante las últimas dos décadas, ha surgido una nueva característica en el escenario social: jóvenes que no trabajan ni estudian, o que tienen trabajos precarios que no requieren aptitudes ni cualidades específicas. ‘La exclusión de esos jóvenes proviene, en parte, de su condición de pobres y desempleados pero en parte también de los estereotipos sociales que los relacionan con la delincuencia, la violencia, las drogas y la holgazanería. Proyectadas a través de los medios de comunicación y la política, esas representaciones tornan más dificultosa la participación de los jóvenes en la sociedad’, argumenta el estudio.
Desglosando los indicadores en este tópico resulta que el 8,6 por ciento de los menores de entre 7 y 14 años trabajan de manera exclusiva. Concatenado a ello, los jóvenes que pierden el empleo tienen más de un 17 por ciento de probabilidades que los adultos de permanecer en esa situación. El desempleo en los jóvenes es tres veces mayor que en el caso de los adultos. Las mujeres jóvenes con escasos logros educativos y los asalariados informales jóvenes son los que enfrentan los riesgos más altos.
Es necesario adicionar a ello que quienes consiguen trabajo, generalmente, se desempeñan en los sectores informales, por lo tanto, ganan menos dinero y tienen menos seguridad laboral.
Ahora bien, si se establece una complementación entre adquisición de conocimientos y oportunidades laborales, se estima que los mayores logros educativos se traducen en un aumento del salario por hora. Los trabajadores con educación terciaria perciben un 82 por ciento más que los trabajadores con educación secundaria solamente, y un 197 por ciento más que los trabajadores sin educación. Al mismo tiempo, los trabajadores asalariados con educación secundaria ganan un 47 por ciento más que los trabajadores con educación primaria solamente y un 63 por ciento más que aquellos sin educación. Finalmente, los trabajadores con educación primaria ganan un 11 por ciento más con respecto a quienes no contaron con un nivel educativo básico en su vida.
Pese a la confección de esta tabla de valores, los jóvenes obtienen retornos muy inferiores a los de los adultos en todos los niveles de educación, incluso tomando como variables la experiencia y otros factores. En promedio, ganan el 57 por ciento de los salarios que perciben los adultos.
A modo de sintetizar esta primera parte de lo expuesto, el informe en cuestión indica que debido a la falta de integración a través del sistema educativo, los mercados de trabajo o los servicios estatales, algunos jóvenes han quedado aislados y marginados. Por ello se advierte que: ‘De no formularse políticas de inversión para paliar la situación que afronta la juventud en riesgo se perderá la oportunidad única de proporcionar a la próxima generación las capacidades necesarias para convertirse en los conductores del crecimiento y, así, romper el espiral intergeneracional de pobreza y desigualdad. Si los jóvenes reciben educación y las herramientas para desarrollar sus habilidades, pueden constituir un tremendo activo para el desarrollo. De lo contrario, pueden convertirse en una carga para la sociedad y las finanzas públicas’.
fuente: elsigloweb.com
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