Quedan 300 clubes de barrio en la Ciudad y sólo 87 están habilitados
Son 300 sobrevivientes. Pese a las crisis que sistemáticamente azotan la economía argentina, al cambio cultural que alejó a los chicos del deporte y los sentó frente a una «Play» y a la transformación radical que supuso la tragedia del boliche Cromañón en relación con las habilitaciones, todavía hay 300 clubes de barrio que luchan para seguir con sus puertas abiertas. Pero sólo 87 de ellos están con todos sus papeles en regla y con posibilidades de recibir un subsidio que les permita capear el temporal. El resto depende de la voluntad y el compromiso de los vecinos con la institución.
Muchos son asociaciones civiles, otros, sociedades de fomento y algunos, centros de jubilados. Unos 100 se diversificaron para seguir existiendo y mantener sus sedes y terrenos: agregaron estacionamientos, salas de juego, salones de fiestas y hasta restaurantes. Los 87 que están habilitados figuran en el Registro Unico de Instituciones Deportivas del Gobierno porteño. Así, están exentos de pagar ABL, tienen descuentos para trámites en la Inspección General de Justicia y no pagan el agua. Ahora van por más, buscan obtener un descuento en la tarifa de luz.
Muchos de los clubes de barrio que aún subsisten son instituciones centenarias. Nacieron a principios del siglo XX cuando la Ciudad arañaba el millón de habitantes. En aquellos años llegaron a funcionar más de 600 y pese a que la población se triplicó, hoy queda la mitad. Para Francisco Irarrazábal, subsecretario de Deportes porteño, la crisis responde a diversos factores: «Por un lado la diversidad de entretenimientos, que aleja a la gente de los clubes. Son famosas las épocas en que todo sucedía en un club: fiestas, casamientos, bautismo, los bailes en los que la gente se ponía de novia. Esto se ha perdido». Además apunta al profesionalismo en los deportes y el incentivo económico que supone ser un deportista profesional: «Esa idea de que un pibe se consagre y salve’ a su familia, en vez de simplemente ir al club a jugar», detalla. Y finalmente Irarrazábal marca tres problemas: «Los dirigentes, con mucha voluntad pero con poco conocimiento de las leyes; la industria de los juicios laborales; y la legislación actual que, post Cromañón, mete en la misma categoría a un club de barrio y al boliche Pacha».
Es que uno de los problemas que tienen los clubes son las clausuras. Después del incendio del boliche de Once, cuando el 30 de diciembre de 2004 murieron 194 personas, la normativa para habilitar los clubes también cambió. Ahora las inspecciones sobre los natatorios, las salidas de emergencia, la calefacción, los revestimientos y hasta las cañerías responden a ciertos patrones de construcción que la mayoría de los clubes no pueden cumplir. Incluso algunos tienen sus sedes o sus gimnasios construidos con ladrillos de tierra, un tipo de construcción que se usaba hace más de 70 años y que hoy está prohibida: «En nuestro club tuvimos que cambiar todo el tinglado del gimnasio. Pero lo peor fue que nos quedamos sin teatro, porque teníamos que cambiar el viejo telón por uno ignífugo que era muy caro», le contó a Clarín Roberto Sio, presidente del club «Amigos de Villa Luro».
Los únicos recursos con los que cuentan los clubes son los ingresos por las cuotas sociales, los aranceles de las actividades y, en algunos casos, la concesión de las instalaciones. Y uno de los mayores problemas es que la cantidad de socios disminuye año a año, básicamente porque luchan contra el sedentarismo. La última encuesta realizada por el Instituto Internacional de Ciencias de la Vida determinó que más del 90% de los chicos de entre 10 y 11 años, que van a escuelas públicas porteñas y del conurbano, no hace actividad física después de la colegio. Hoy, la Subsecretaría de Deportes no tiene datos precisos sobre cuántos chicos usan los clubes barriales.
En 2007 algunos clubes recibieron un subsidio. Este año la Subsecretaría cuenta con $ 580.000 para repartir entre los que están habilitados. «Pero nuestra idea es impulsar un programa de capacitación para profesionalizar a los dirigentes e impulsar el regreso de los chicos a los clubes. Para eso impulsaremos su desarrollo como escuelas deportivas y la realización de torneos metropolitanos», explicó Irarrazábal. Un desafío como el que afrontan los clubes para prender las luces de la canchita de futbol cuando cae la noche.
Diario Clarín