Hay 360 pueblos en riesgo de extinción en la provincia de Buenos Aires
La estación abandonada por la desaparición del tren, con las paredes resquebrajadas y las vías cubiertas de maleza enterradas bajo la tierra, es una imagen que se repite en alrededor de 360 pueblos de la provincia de Buenos Aires que tienen menos de 2.000 habitantes y están en riesgo demográfico.
Un grupo de investigadores de la Facultad de Trabajo Social de la Universidad de la Plata recorrió algunos de estos parajes del interior y descubrió que más del 50% de las localidades sufrieron el despoblamiento. Las causas principales tienen que ver con la desaparición del tren que unía a los pueblos, el aumento del alquiler de la tierra y el deseo de los jóvenes de emigrar para estudiar una carrera universitaria. “En los años ’90 con el menemismo desaparecieron 120 mil productores agropecuarios y no hubo subsidios. Además, eliminaron 10 mil kilómetros de ramales y se generó un proceso de emigración a la ciudad”, asegura Juan Manuel Diez Tetamanti, investigador del Conicet y uno de los realizadores del trabajo.
El sociólogo Juan Wahren, miembro del grupo de Estudios Rurales del Instituto de Investigaciones Gino Germani, considera que “el tren fue uno de los factores, pero los cambios en el modelo de producción agropecuaria y el avance de la soja también afectaron mucho a los pueblos”.
Muchas de las 820 mil personas que viven en las localidades rurales bonaerenses necesitan ser recomunicadas para recuperar el esplendor de otras épocas. “Algunos pueblos están mejor, otros siguen perdiendo habitantes. Se da una disminución de la población en los grupos de entre 20 y 50 años. Hay niños y también ancianos, en su mayoría mujeres que quedaron viudas”, explica el investigador.
El camino de la resistencia. Bavio es un pueblo ubicado a 75 kilómetros de la Capital Federal, perteneciente al partido de Magdalena. Tiene 1.683 habitantes y desde que el tren dejó de funcionar sus pobladores se unieron para impedir la emigración. Detrás de la estación pueden recorrerse sus casas más antiguas, sin mantenimiento, y rehabitadas por un pequeño grupo de pobladores que llegó de otros lugares para trabajar en las quintas. Milos tiene más de 70 años y pasa sus días sentado en la puerta de su casa, mirando hacia la estación, como intentando retener con la mirada un tiempo que ya nunca va a volver. “Con el tren esto era otra cosa, pero prefiero que no vuelva a funcionar porque así estamos tranquilos y seguros”.
Del otro lado, a pesar de sus calles vacías y su aspecto desolado como todo pueblo en un día de lluvia, Bavio está lejos de entregarse al olvido y al abandono, gracias en parte a su industria lechera. Un grupo de pobladores, en su mayoría mujeres, creó el grupo “Por Nosotros” para promocionar el desarrollo local. Olga Favaloro, Nelly Lauzada y Stella Maris son tres integrantes de la agrupación que impulsa “recuperar las pequeñas cosas”. “Nuestra lucha es para unir a los pueblos. Queremos que funcione el coche motor a través de las vías para que llegue a los pueblos cercanos que sí están realmente abandonados, como Arditi y Payros”, dice Favaloro. Lauzada explica que realizan una fiesta al año y pintaron la estación, como un símbolo de esperanza.
“Se fue apagando de a poco”. Conesa es un pueblo ubicado a 30 kilómetros de San Nicolás. El año pasado se ilusionó con ser la primera parada del tren bala, pero con el proyecto estancado los coneseros perdieron las esperanzas de volver a ver pasar un ferrocarril. Las familias Salvoni y Conca viven de la cría de vacas, ovejas y cerdos, a la altura del kilómetro 22 de las vías del Belgrano. Cuando el tren todavía funcionaba, tenían un almacén en la estación, pero hubo que cerrarla, como tantos otros comercios.
San Agustín es un pueblo ubicado a 20 kilómetros de Balcarce, que con sus 500 habitantes, todavía sueña con calles asfaltadas, gas natural y señal de celular. “San Agustín se fue apagando de a poco, la juventud se retira del pueblo, se volvió un lugar de gente mayor”, indica Dora Barthes, comerciante de la localidad, y participante del documental Pueblos en Resistencia. Sandra Castro es docente y también extraña los momentos de esplendor: “En los últimos tiempos se está yendo mucha juventud y viene gente de más de 50 años, jubilados que buscan tranquilidad. Nos preoucupa porque no trabajan y no se genera actividad. Los comercios y la educación tienden a desaparecer. Nos gustaría poder unir Balcarce, la ciudad cabecera, con los pueblos como San Agustín y Mechongué”.
Tetamanti cuenta que durante el gobierno de Felipe Solá funcionó el Plan Volver, que brindaba facilidades a las personas mayores que debieron emigrar para buscar un destino de progreso, pero que pasados los años quisieron regresar al pueblo natal y recuperar la identidad.»