En la Argentina hay 5.000 encargados de edificios de origen uruguayo: son el 5 por ciento del total
Representan el 5,2% de los afiliados al sindicato que nuclea a esos trabajadores en el vecino país, donde la uruguaya es la nacionalidad extranjera preponderante. El 70% vive en la ciudad de Buenos Aires.
En la Argentina casi 5.000 uruguayos están nucleados en la actividad de portería, según los datos del Sindicato Único de Trabajadores de Edificios de Renta y Horizontal (Suterh), 4.070 son afiliados directos y 894 son familiares que están inscriptos en las mutualistas de salud del gremio.
Se trata de una asociación de trabajadores en la que existe amplia adhesión -tiene 79.297 afiliados en total- dado que en una tarea que suele ser en solitario ello ha servido para lograr beneficios laborales. «El sindicato se ha vuelto el lugar de pertenencia, porque esta actividad es muy solitaria. Por cada edificio viven entre 30 y 40 familias y hay un solo encargado, entonces el gremio se convierte en el lugar de reunión social», explicó el titular del Suterh, Víctor Santa María, a El País.
Los encargados de portería uruguayos representan el 5,2% de los afiliados y ese porcentaje aumenta a 7,5% en la Ciudad de Buenos Aires. Es que la capital argentina reúne al 70% de los orientales -3.434 personas- que cumplen con esta labor. Asimismo, los uruguayos también están presentes en las provincias argentinas de Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba, Entre Ríos, La Pampa y Neuquén. «A nivel nacional en cuanto a la cantidad de afiliados se destacan los compañeros y compañeras de Uruguay que están presentes en las regiones con más trabajadores que son la Ciudad y la provincia de Buenos Aires. Pero todo depende de la zona, en el Sur hay muchos chilenos y en Misiones hay trabajadores paraguayos. La mayoría arribó en la década del `70, en coincidencia con las dictaduras de la región y su participación en lo que refiere al gremio es muy activa», dijo el titular del sindicato y agregó: «Algo que trabajamos muchísimo, es que los trabajadores de otros países tengan la documentación al día y regularicen a sus familias».
Más que un cerrar y abrir de puertas. Vulgarmente llamados «porteros», la tarea del encargado de edificio incluye todas aquellas labores que hagan al mantenimiento de lugar, en sus manos está la limpieza, el recibir la correspondencia, estar atento a los desperfectos y hacérselos conocer a los administradores de consorcio.
Ruben Mario Rodríguez, es rosarino y tiene 60 años, desde hace 20 años trabaja en un edificio de dos cuerpos de nueve pisos cada uno y con 38 apartamentos en total, entre los que hay viviendas y oficinas ubicado en el centro porteño, a pocas cuadras del Congreso argentino. «La tarea me ocupa todo el día porque es un lugar grande, pero no es difícil, solo requiere responsabilidad y estar siempre dispuesto», contó a El País.
«Antes enfrente estaba el Ministerio de Trabajo y teníamos bombas y bombos todos los días», recordó Ruben.
Por su ubicación, el edificio del que se encarga Ruben cuenta con un servicio de vigilancia durante las 24 horas del día.
Sin embargo, en la mayoría de los casos los encargados, si bien no hacen guardia, están atentos a la puerta de entrada para prevenir situaciones de inseguridad.
«Hay que estar atento a que no quede mal cerrada, por la seguridad de todos los vecinos y la nuestra también. Antes podíamos irnos toda la tarde tranquilos, pero ahora si yo salgo mi mujer se queda porque en nuestro edificio hay mucha gente muy mayor y entonces hay que advertirles todo el tiempo que tomen recaudos», expuso Eduardo Lacuesta -otro uruguayo de 58 años y oriundo de Piedras Blancas- quien se encarga desde hace 33 años de un edificio de siete pisos y 15 apartamentos en el barrio porteño de Flores.
El edificio es una segunda familia. «La familia entera es parte del trabajo diario, si un cónyuge o un hijo se lleva mal con un vecino, se lleva mal con un propietario y eso dificulta la relación laboral. Entonces la propia tarea hace que sea gente muy respetuosa», expuso Santa María. Un ejemplo de ello lo conforma la familia de Eduardo y su esposa Gladys Álvarez, quienes tienen dos hijos -un varón y una mujer- y un nieto, todos nacidos en la Argentina.
«Me vine a Buenos Aires en 1974 con mi hermano, por problemas laborales; al principio trabajé en gastronomía acá y vivíamos en hoteles. Al edificio llegué en 1978 con 25 años. Era muy flaquito y parecía un chiquilín, y los propietarios me adoptaron; sin conocerme casi me dieron todo. Habíamos perdido la mayoría de nuestras cosas en una inundación y me mudé con lo justo: la heladera, el colchón y el moisés de nuestro hijo y al mes ya me ayudaron para que compráramos todos los muebles, es difícil que te brinden todo eso», contó a El País Eduardo mirando aún incrédulo el mobiliario de su casa. Gladys, quien es peluquera profesional, se vino después. «Estábamos de novios y a los dos meses de tener trabajo acá la fui a buscar y nos casamos en la Argentina», contó Eduardo, a lo que Gladys acotó: «Yo dejé mucho, hasta hoy me vuelvo llorando cuando voy de visita, extraño porque tengo a toda mi familia en Uruguay y somos muy unidos en Maroñas, `burreros`, mis abuelos tenían caballos de carrera».
En general la labor de la portería comienza como una opción provisoria y se vuelve una tarea permanente en la que los trabajadores se quedan en el mismo edificio hasta la jubilación, durante 20 o 30 años. En el caso de los migrantes esa seguridad ha servido para dar batalla a todo lo que conlleva el desarraigo. «El edificio es nuestra segunda familia. Nos gustaría volvernos, pero es muy difícil porque acá estamos bien y allá hay que empezar de cero y nuestros hijos y el nieto están acá», dijeron Eduardo y Gladys.
Y hasta a veces ese segundo confortable hogar sirve para planificar debidamente una ansiada retirada. «Nosotros nos volveríamos, hemos logrado hacernos nuestra base en Uruguay y a mí me falta poco para jubilarme. Además el esposo de mi hija, que es argentino se vendría, y eso es muy importante porque ahora tenemos una nietita y nos tiene comprados», dijo Ruben.
CUOTA FEMENINA. La modernización tecnológica en los edificios ha generado que las tareas manuales se hayan ido simplificando con el tiempo y requieran menor esfuerzo físico. «No es lo mismo una caldera de la década del `60 que era a petróleo, que las de hoy que son a gas y solo es encender y apagar», explicó Santa María, quien heredó la tarea de su padre y ejerció en un edificio del barrio porteño de Caballito durante 4 años antes de pasar a trabajar íntegramente para el sindicato. Ese factor junto a mejoras en las condiciones laborales ha generado la suma de las mujeres a la actividad.
Olga De Luca hace 33 años que vive en Buenos Aires, 30 de los cuales ha vivido en el edificio que la tiene como encargada. Es una de las 18.587 afiliadas al sindicato, en donde las encargadas uruguayas son en total 851 y representan casi el 21% de los uruguayos en esa labor.
Esta encargada de 59 joviales años tiene un hijo uruguayo y una hija argentina -a la que le encanta Uruguay e incluso participa de una murga- y maneja los pormenores diarios de un edificio de 10 pisos con 21 apartamentos en el barrio de Once a escasas cuadras del Mercado del Abasto, ahora devenido en gigantesco shopping center.
Se radicó en Buenos Aires en 1978, si bien su madre y hermanas ya vivían en la vecina orilla ella viajó detrás de un amor. «No me fui por una cuestión económica, me había separado del padre de mi hijo y en una visita a Buenos Aires conocí al de mi hija y decidí venirme», contó. Eran épocas duras y cuando su nuevo compañero perdió el taller de compostura de calzado que tenían consiguió hacerse cargo de una portería. Allí se mudaron y Olga incluso logró permanecer una vez que se terminó ese amor. «A él no le exigían que estuviera todo el día acá, así que salía a trabajar y yo me hacía cargo de lo que pasaba en el edificio y aunque la administración no quería una mujer de encargada, la comisión de dueños e inquilinos hizo que yo me quedara y hace 20 años que estoy como titular», explicó orgullosa.
Olga pertenece a un linaje de mujeres fuertes, de la que su madre ha sido referente ineludible a la hora de forjar carácter y las situaciones más variopintas de una tarea en la que ser mujer no es un simple detalle. «Es complicado ser mujer e imponer una autoridad cuando el trabajo es todo con hombres, tenés que demostrar un poco de carácter. Por ejemplo hace unos años vino un tipo de una empresa telefónica que se quiso sobrepasar y lo encerré en el sótano, o hace poco un chico joven que me mandaron del service del ascensor, que llegó y me faltó el respeto, me dijo: `Señora se le cayó un balde de pintura roja en la cabeza` y llamé a la empresa para pedir que me lo cambiaran en ese mismo momento», expuso.
fuente: El País (Uruguay)
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