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El FMI y su receta para reducir la desigualdad en el mundo

El FMI y su receta para reducir la desigualdad en el mundo

En un nuevo giro hacia la heterodoxia económica, el FMI sugiere que el Estado tenga una presencia mayor en el cobro de impuestos especialmente sobre la renta financiera, a la que reconoce como desproporcionalmente elevada en comparación con el retraso de los ingresos entre los sectores asalariados.

En un gran acto de sinceridad, el Fondo Monetario Internacional (FMI) reconoció que, en un sistema económico de mercado, la desigualdad es inevitable. Sin embargo, aclara que la inequidad, cuando es excesiva, puede erosionar la cohesión social, conducir a la polarización política y en última instancia, reducir el crecimiento económico.

Estas líneas, como sacadas de un paper de economistas que desde los 90 vienen fustigando las políticas neoliberales, hoy surgen del propio Fondo Monetario.Vaya paradoja, ¿no? Luego de tres décadas de verano para el neoliberalismo global, hoy el Fondo está más cerca de un pensamiento progresista y de centro izquierda, que del paradigma promercado que alguna vez supo encabezar.

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En el informe semestral Monitor Fiscal del Fondo Monetario, se destaca que, en las economías en desarrollo, como en la argentina, la redistribución fiscal es muy limitada porque la tributación y el gasto son más bajos y menos progresivos y porque los impuestos indirectos regresivos son más comunes. Y hace una especial advertencia sobre las grandes economías: el Fondo observa que, la oleada neoliberal que agitó y fuerte las aguas del primer mundo, provocó un crecimiento de la desigualdad de ingresos, debido a la disparada de las ganancias en las rentas financieras… o la timba financiera, como quieran llamarla.

Por ello, sugiere caminar hacia lo que llama una «fiscalidad progresiva», que contemple el aumento de impuestos a las rentas más altas y la promoción de una renta básica universal… o planes sociales, como lo decimos los argentinos (así que, lo que inventamos en la Argentina en el desmoronamiento económico, político, social e institucional de principios de la década de 2000 ¡hoy es una receta validada por el Fondo Monetario Internacional!).

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Lo que advierte el Fondo Monetario Internacional es que hay que achicar la distancia de ingresos entre los que más ganan y los que menos obtienen. Esta diferencia, a su vez, se observa especialmente entre los que más ganan con el negocio financiero. El Fondo puntualiza que los países como China, India y EE.UU. crecen desigualmente. Al interior de sus fronteras la gente cada vez se diferencia más. Lo bueno, dentro de lo preocupante (y como ya hemos contado en este espacio) es que los países se parecen cada vez más entre ellos, es decir, cada vez hay menos desigualdad entre los ingresos del primer mundo y los del segundo y de algunos países del tercer mundo.

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En tren de dar recomendaciones para reducir la desigualdad en el mundo, el FMI no es original en sus recetas, aunque es una novedad en sí que sea el propio organismo el que las sugiera. Ahora el Fondo prescribe tres «medicamentos» de política económico-social que debieran reducir los efectos de la desigualdad tanto en el mundo desarrollado como en el que se encuentra en vías de desarrollo.

  • Impuestos progresivos a la renta financiera:
    • Como señala el Fondo, la progresividad del impuesto sobre la renta personal disminuyó considerablemente en los años ochenta y noventa, y desde entonces se mantuvo prácticamente sin cambios.
    • La tasa máxima promedio del impuesto sobre la renta de los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) descendió de 62% en 1981 a 35% en 2015.
    • La progresividad de los sistemas tributarios es menor, ya  que las personas más acaudaladas tienen más acceso a desgravaciones.
  • Ingreso básico universal (IBU)
    • El ingreso básico universal (es decir la transferencia monetaria por igual importe a todos los ciudadanos de un país) se advierte como una solución cada vez más posible y necesaria, especialmente por el impacto de las nuevas tecnologías en el mundo del trabajo, la reducción de la mano de obra y la reducción de los salarios.
    • Aquí el organismo, de manera histórica, reconoce que el ingreso básico universal puede tener un impacto significativo en la desigualdad y la pobreza, ya que cubre a todas las personas en la parte inferior de la distribución del ingreso.
    • Sin embargo, el Fondo aclara que un ingreso universal puede ser costoso, por lo que recomienda que dicho beneficio no debe afectar inversiones claves para el desarrollo de un país tanto en infraestructura, educación y salud.
    • Para el FMI, solo se puede aplicar un IBU «si si sirve para sustituir el gasto social ineficiente y no equitativo».
  • Gasto en educación y salud.
    • La recomendación es garantizar educación y salud al conjunto de la población; y hacerlo de manera igualitaria.
    • El Fondo advierte, por ejemplo, que en las economías avanzadas, los hombres con estudios terciarios viven hasta 14 años más que los que tienen estudios secundarios o inferiores.
    • Según el trabajo del organismo, al reducir la brecha de desigualdad en la cobertura básica de salud se podría aumentar la esperanza de vida 1,3 años, en promedio, en los países emergentes y en desarrollo.

No deja de sorprender que el Fondo Monetario Internacional se despache con semejantes recetas; y da regocijo que este organismo reconozca en recetas de tipo neokeynesianas el modo de enmendar lo que la economía de mercado viene destruyendo: la cohesión social.

Es que la pax político-económica lograda con el fin de la Segunda Guerra Mundial puede verse amenazada si los países persisten en sostener y agudizar el doble estándar social de, ricos cada vez más ricos por un lado, y pobres cada vez más pobres por el otro. El riesgo, tal vez, sea que el modelo de economía de mercado termine detonando la movilidad social ascendente, para transformar a las clases sociales más bien en castas rígidas e inmóviles.

Millones de personas con la certeza de que nunca podrán mejorar su condición social es un estado de ánimo colectivo demasiado peligroso para la supervivencia de un sistema poco dispuesto a repartir ganancias (o peor aún, a repartir sus sobras).

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La pregunta que quedará (por ahora) sin responder es cómo tomarán estas recomendaciones los países; si es que las recogen. Por ejemplo, el actual gobierno argentino de Mauricio Macri, ¿será capaz de tomar para sí estas recomendaciones?

Las recetas del Fondo avanzan fundamentalmente en la necesidad de que el Estado se haga de más fondos de quienes más ganan dinero para repartirlos entre quienes no llegan a completar un ingreso satisfactorio para sus necesidades.

En la Argentina, en lo que fueron los 12 años de kirchnerismo hubo planes sociales muy difundidos, pero sin una política tributaria equitativa, que apoye a los sectores más vulnerables. Para ellos hubo transferencia directa de recursos, aunque en verdad debió haber habido otro tipo de ayudas, especialmente destinadas a mejorar sus condiciones para la inserción en el mundo laboral y profesional. Ni que hablar de la clase media, especialmente la trabajadora, la que viene pagando impuestos como ricos, solo por el hecho de percibir un salario apenas por encima del promedio de los trabajadores (mientras, también durante el kirchnerismo, los ingresos de los sectores más acomodados «surfearon» ese tiempo político casi sin ver alterados sus beneficios).

Hoy el Fondo dice que hay que meterse en el asunto de la desigualdad y aplicarles más impuestos a los que más ganan. ¿Serán capaces los gobiernos, especialmente los de países emergentes como el nuestro, de ponerle el cascabel al gato de angora?

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