La clase media global empuja a la economía, aún en plena crisis
Ese sector social despunta su progreso especialmente en los países emergentes. Los ejemplos de Brasil y China.
Primero fue el exceso de entusiasmo frente al «imparable» crecimiento de los países emergentes y la euforia sobre el rol histórico de sus clases medias. Después, cuando las previsibles consecuencias de la crisis global golpearon a todo el mundo, los mismos agoreros -sin sonrojarse- anunciaron su inminente desaparición.
Sin embargo, las clases medias son una realidad. Hasta se podría decir que se convirtieron, más que nunca, en el corazón del desarrollo económico, social y político del planeta y, sobre todo, en los países emergentes.
Es una de las enseñanzas clave de la reelección de Dilma Rousseff en Brasil, el 26 de octubre. La sociología de ese voto ilustra el apoyo masivo de las clases medias inferiores y de los más desfavorecidos a la presidenta. Sus aspiraciones, como sus frustraciones, la transforman a la vez en actor y objeto mayor de las políticas públicas para esos países.
Las cifras demuestran que las clases medias siguen siendo una realidad insoslayable en todos los continentes. En 2009, 1800 de los 7000 millones de habitantes del planeta pertenecían a la clase media; de ellos, 525 millones vivían en Asia. Hoy son alrededor de 2100 millones. La Organización de Cooperación para el Desarrollo Económico (OCDE) estima que podrían ser 3400 millones en 2020 (la mitad en Asia) y 4800 millones en 2030.
A ese dinamismo estadístico, los escépticos suelen objetar la geometría variable de los criterios utilizados para definir las clases medias. El Banco Mundial la sitúa en un segmento de ingresos que va de 10 a 100 dólares mensuales. En Brasil, la clase C es aquélla cuyos ingresos oscilan entre 410 y 826 dólares por mes. Ese sector representa el 55% de la población, es decir 100 millones de personas. Un 12% de los brasileños está por encima de esa cifra y un 33% por debajo, estima la OCDE.
En todo caso, las clases medias son ese «gran espacio del medio», ni ricos ni pobres, cuya preocupación cotidiana no es la subsistencia. Sobre todo, son una trayectoria económica y social a la vez dinámica y frágil, que comparte las mismas aspiraciones para sí mismas y para sus hijos.
«Las clases medias en los países emergentes esperan del pacto social que les asegure crecimiento económico, servicios públicos de calidad y mejor redistribución de la riqueza. Una forma de seguridad social, económica y física: en resumen, una trayectoria ascendente», dijo recientemente el francés Quentin Gollier, economista especializado en economías emergentes.
Gollier, como muchos de sus colegas, ven detrás de las gigantescas manifestaciones de la «primavera árabe» y las protestas de Chile, Brasil o Venezuela una asociación entre los más pobres y las clases medias. Éstas, expresando su frustración frente a la ausencia de perspectivas de progreso.
A pesar de esas tensiones, el despegue del Sur está modificando radicalmente el aspecto del mundo del siglo XXI. Mal o bien, los países emergentes extirpan centenares de millones de personas de la pobreza extrema y propulsan otros miles de millones a esa nueva clase media mundial. Así lo confirma el último informe sobre Desarrollo Humano del programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).
Según ese documento, 14 países registraron en 2013 «avances impresionantes» en materia de Índice de Desarrollo Humano (IDH) de más de 2% anual desde 2000. Por orden de evolución son: Afganistán, Sierra Leona, Etiopía, Ruanda, Angola, Timor, Birmania, Tanzania, Liberia, Burundi, Malí, Mozambique, República Democrática del Congo y Níger.
«La emergencia del Sur se produce a una velocidad y a un nivel sin precedentes (…) Jamás en la historia las condiciones de vida y las perspectivas de futuro de tantas personas habían cambiado en forma tan radical y tan rápidamente», señala el informe.
Ese fenómeno supera ampliamente el marco de los llamados Brics, esos países de ingreso medio representados por Brasil, Rusia, la India, China y Sudáfrica. El documento del PNUD demuestra que más de 40 países en desarrollo registraron insospechados progresos del valor de su IDH.
Según cifras publicadas el 14 de octubre por el banco Crédit Suisse, la riqueza mundial aumentó 8,3% el año pasado (desde mediados de 2013 a mediados de 2014), hasta alcanzar 263 billones de dólares. Al mismo tiempo, aumentó la distancia entre pobres y ricos: el 1% de los habitantes poseen cerca del 50% de los bienes de nuestro planeta.
China concentra 8% de esos 263 billones de dólares. Su clase media representa el 30% de la clase media planetaria y no cesa de aumentar. En las regiones más pobres de Asia, que viven con entre 2 y 20 dólares por día, las clases medias se multiplicaron por siete desde el año 2000. Mientras que en América latina se duplicaron.
En otras palabras: si bien lo esencial de esa progresión se producirá en Asia, la tendencia también se confirmará en cada región del mundo, incluida África. Según el Banco Africano de Desarrollo (BAD), uno de cada tres africanos -es decir más de 300 millones de personas- pertenece actualmente a la clase media.
Frente a ese tsunami que llega del Sur, las clases medias de los países ricos -motor de la demanda mundial desde el fin de la Segunda Guerra- parecen cada vez más debilitadas.
Resultado de la crisis y de la globalización, el compromiso histórico fundado en el acceso al salario, al empleo estable y la protección social se derrumba cada día un poco en el mundo desarrollado. El síntoma más evidente, tanto en Estados Unidos como en Europa, es el estancamiento del poder adquisitivo de las clases medias y el incremento de los ultrarricos en el ingreso global.
«Ese desnivel en la distribución se observa en todos los países ricos», comenta Olivier Passet, director de síntesis económicas de Xerfi. «El debilitamiento de sus clases medias es uno de los factores principales que impiden a Europa superar la crisis actual», señala.
El problema para esos países no se limita a la cuestión económica. Porque las clases medias no sólo constituyen un motor de consumo y de demanda interna, también juegan un papel social determinante.
«Una clase media fuerte puede influir en el desarrollo económico, implicándose más activamente en el proceso político, aportando su apoyo a determinados programas, en particular a aquellos que favorecen un crecimiento solidario», afirma Quentin Gollier.
Las clases medias fueron, en efecto, las que históricamente apoyaron la democracia y los partidos progresistas moderados. En ese sentido, el vigor de esos sectores en los países emergentes es una excelente noticia para todo el mundo.
fuente: La Nación
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