Debate: la formación de los médicos argentinos, bajo la lupa de profesionales y pacientes
Sede de la Facultad de Medicina de la UBA (Buenos Aires |
Los cambios acelerados que se dan en la investigación, en el conocimiento y en las enfermedades apura una discusión sobre la formación de los profesionales de la salud de nuestro país.
Los pacientes se quejan, las universidades se cuestionan, los organismos del Estado revisan sus políticas y hasta los propios médicos expresan una sensación de promesas incumplidas: mientras el cuidado de la salud escala posiciones entre las preocupaciones individuales en la Argentina de hoy, la formación de los recursos humanos del sistema sanitario está cada vez más en tela de juicio.
Aunque el diagnóstico sobre la calidad de la formación de los más de 5400 médicos que anualmente egresan de las 32 facultades de medicina que existen en el país varía de acuerdo con apreciaciones personales, existe una sugestiva coincidencia en que es imperioso mejorarla y adaptarla a las necesidades de un escenario cambiante.
Esta inquietud se respira en el ambiente y hasta impulsó la creación de un foro de facultades públicas de medicina (donde se gradúa el 85% de los médicos) para discutir el perfil del profesional que se impone desarrollar en el siglo XXI.
«Hay una crisis por el ritmo acelerado de las innovaciones, por los cambios en el conocimiento y en las enfermedades -dice el ex ministro Ginés González García, que junto con Claudia Madies y Mariano Fontela acaba de presentar el libro Médicos, la salud de una profesión (Ediciones Isalud
iRojo Editores, 2012)-. Antes uno tenía que enfrentarse con algo que se curaba en una semana o el paciente se moría. Hoy predominan las enfermedades ?crónicas y hay que cuidar a ese paciente durante veinte años. Durante mucho tiempo pensamos en la reforma organizativa de los sistemas de salud (que es importante, pero no es central). Creo que nos equivocamos. Nos olvidamos de la gente que está adentro. La Argentina no necesita más médicos, sino mejores médicos.»
Para el secretario de Políticas, Regulación e Institutos del Ministerio de Salud de la Nación, Gabriel Yedlin, nuestros médicos son «buenos» y «por eso son apreciados internacionalmente», para el doctor Gerardo Bozovich, director médico de la Fundación Favaloro, la excelencia de la medicina argentina «es un mito hasta que se demuestre lo contrario».
«Es preocupante que haya poca vocación por la formación médica continua y la validación a lo largo de décadas de actuación profesional -dice Bozovich-. Hay que someterse al juicio de los pares. El médico debería sentir el estímulo de «recertificarse», pero como no es obligatorio y no le afecta la remuneración ni el acceso al trabajo…»
La recertificación exige realizar actividades académicas o de investigación (por las que se obtiene un puntaje que se suma durante cinco años) o dar un examen para revalidar conocimientos ante el comité ad hoc de la Asociación Médica Argentina. «Sin embargo, los médicos que cumplen con ese procedimiento apenas rondan el 30%», dice Bozovich.
Entre otras, una de las principales preocupaciones que agitan las aguas, aquí y en otros países, es la rigidez de las tradiciones y de las organizaciones médicas. «La generación que hoy dirige las instituciones educativas y de salud se formó en el hospital y con el paciente internado -dice Mario Turin, director del Instituto Universitario Cemic, donde anualmente se entrenan 35 residentes en 16 especialidades-. Sin embargo, hoy es necesario un enfoque preventivo, basado en el control de los factores de riesgo. Otro desafío es lograr que los estudiantes participen en la medicina comunitaria, tanto en el grado como en el posgrado: ya no pueden esperar al paciente en el consultorio, tienen que salir, estar expuestos a otras realidades.»
Si es cierto que la sociedad cambió más rápido que los programas universitarios, también lo es que variaron los marcos institucionales en los que los médicos se desempeñan, y que esto exige una profunda transformación cultural. «Tenemos que avanzar hacia un modelo de «equipo de salud» -dice Yedlin-. Hay muchas tareas que tradicionalmente realiza el médico, pero que podrían ser cumplidas por enfermeras u otros especialistas. Pero para esto, el médico tiene que desplazarse del lugar central que siempre detentó.»
En la ecuación del entrenamiento, otro de los términos que se considera vital resolver es el acceso a las residencias hospitalarias.
Considerado el «gold standard» en la formación de los profesionales de la salud, en la Argentina su oferta es deficitaria y la demanda, muy desigual según las zonas. El Ministerio de Salud de la Nación ofrece 2570 cargos en todos los años de residencia (que varían entre tres y cinco). Para valorar los sesgos de distribución, baste con mencionar que en la ciudad de Buenos Aires se ofrecen este año 850 cargos… ¡para 6000 postulantes!
«El número de vacantes es muy inferior al de médicos graduados -opina Bozovich-. Pero el error no está en las residencias sino en las universidades: en otros países existe un elitismo, no basado en los medios económicos, sino en la meritocracia del esfuerzo y la capacidad. La medicina no es una profesión masiva ni popular, sino de una élite intelectual y de compromiso.»
Para la doctora María Isabel Duré, directora nacional de Capital Humano y Salud Ocupacional, el escenario es más complejo, «dado que muchas veces las becas están disponibles, pero en áreas a las que los médicos no están dispuestos a desplazarse -afirma-. En la zona central egresan anualmente 4000 médicos y los jóvenes optan por quedarse cerca del lugar donde se gradúan. A veces, por razones que van más allá de los incentivos económicos (la carrera les lleva muchos años durante los cuales se casan, tienen hijos…). En otros casos se ofrecen, por ejemplo, residencias en medicina comunitaria y los aspirantes eligen cirugía plástica o anestesiología…»
«En la Argentina todo es voluntario: la elección de la carrera, de la especialidad, del lugar de trabajo… Y no está mal -agrega Yedlin-. Pero hay que generar sistemas que favorezcan el bien común y facilitar el acceso a la carrera en lugares distantes, donde los estudiantes también puedan ejercer la profesión.»
El doctor Roberto Iérmoli es más optimista. Director de docencia e investigación del Hospital de Clínicas de la UBA, que ofrece 400 residencias de 36 especialidades, y con una enorme experiencia en entrenamiento de graduados desde hace casi 30 años, considera que la formación de los médicos argentinos «es muy buena».
«No sólo en América latina, sino también en Europa, la opinión unánime es que la formación que impartimos es excelente -afirma-. Es cierto que antes la enseñanza se basaba en enfermedades y no en personas. Hoy tenemos que adaptarnos a los cambios sociales. Hemos ampliado nuestra visión, incrementando la formación en áreas ambulatorias, e incluso vamos a hacer extensión en barrios vulnerables. Además de un enfoque biopsicosocial, adoptamos una visión humanista. Son dos puntos esenciales para la construcción de una conciencia sanitaria.»
Más allá de los sistemas informáticos, las tecnologías y la infraestructura, lo que en verdad inclina la balanza de la calidad en el cuidado de la salud son las personas. El médico y sus colaboradores. Es lo que viene ocurriendo desde los orígenes de esta disciplina que es una ciencia, pero sin duda también un arte.
Una reciente encuesta de la Alianza Argentina para la salud de la madre, el recién nacido y niño (Asumen), la Dirección Nacional de Maternidad e Infancia y la Sociedad Argentina de Pediatría, que contestaron unos 400 médicos y enfermeros, arrojó un balance negativo de la especialidad que se ocupa de los más chiquitos.
Entre las deficiencias, ellos destacaron que existe una «mala distribución de los médicos, falta de enfermeras de hasta el 50% en los planteles, desigualdades salariales y de formación, y una enorme cantidad de maternidades muy pequeñas que no cumplen requisitos mínimos».
Aunque según el doctor Gabriel Yedlin, «si se toman en proporción al número de partos, en la Argentina hay más neonatólogos que en Canadá», el 77% de los encuestados opinó que su calidad es deficiente, que hay que mejorar la formación del recurso humano (93%) y regionalizar los servicios de neonatología según niveles de complejidad en la atención (90%). Tanto Yedlin como la doctora Duré concordaron con las propuestas realizadas por las instituciones en cuanto a que los recién nacidos sanos deberían ser asistidos por los pediatras.
Otra especialidad en la que se registra escasez de profesionales es la anestesiología. ¿Cómo pueden faltar anestesiólogos si esta área es la que encabeza los pedidos de cargos para residentes (con el 14% del total) en el nivel nacional?
Según explica Yedlin, allí el problema surge de las restricciones de las propias asociaciones de anestesiólogos. «Aunque los cargos están, son ellos los que, con el argumento de que no quieren deteriorar la excelencia de la formación, establecen un cupo más allá del cual no aceptan residentes», dice. Y agrega que desde el Ministerio de Salud se está intentando acordar un aumento de cargos..