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Por la crisis, crecen los casoso de estrés

Desde principios del año pasado, las consultas por trastornos de ansiedad vienen aumentando tanto en los hospitales como en los consultorios. Y en las empresas -se admite en voz baja- el número de bajas por motivos emocionales es hoy desproporcionadamente alto. Aunque no existen cifras serias de la Argentina, en países como los Estados Unidos, las patologías mentales cuestan unos u$s 44.000 millones al año a la industria, por ausencias y pérdida de productividad.

Los trastornos mentales sólo son responsables por el 3% del ausentismo laboral, según estudios de la Sociedad Argentina de Medicina del Estrés (SAMES). Sin embargo, suelen acarrear enormes costos por baja productividad, dado que los empleados concurren al trabajo (por temor a perderlo) con cuadros de ansiedad o depresión que les impiden tener un buen rendimiento. Los casos de licencia psiquiátrica (depresión aguda, picos de estrés, ataques de pánico, internaciones por rehabilitación del consumo de drogas) no son frecuentes, pero suelen ser prolongados y en la mayoría de los casos no se logra la recuperación total.

“Desde la década del 90, es claro el aumento de las patologías psiquiátricas, con picos durante el período de fusiones y durante la crisis de 2001 y 2002”, señala el doctor Daniel López Rosetti, especialista en Medicina del Estrés y presidente del SAMES.

“Las consultas por enfermedades derivadas del estrés, patologías cardiovasculares y trastornos de ansiedad se habían estabilizado luego de la última crisis, pero volvieron a recrudecer desde marzo del año pasado, en coincidencia con el conflicto del campo, la crisis del humo y la caída de las bolsas”, repasa López Rosetti. “Aunque no es el factor determinante, es innegable que la crisis económica alimenta el estrés psicosocial”.

“Los cuadros de estrés y trastornos de ansiedad vienen aumentando”, coincide la psicóloga clínica Martina Iturralde, miembro de Ayuda, una asociación especializada en el tratamiento de trastornos de ansiedad. “La crisis genera reestructuraciones, despidos o cambio de categoría de los empleados, lo que provoca un alto grado de incertidumbre, difícil de tolerar para las personas con trastornos de ansiedad. Esto hace que los síntomas recrudezcan, o incluso que aparezcan nuevos síntomas”, señala.

Para López Roseti, “el estrés y sus consecuencias psicosomáticas son fenómenos individuales. Tienen que ver con la capacidad de respuesta a las exigencias internas y externas”. Sin embargo, un entorno laboral percibido como amenazante es un factor de riesgo importante. “Las empresas están empezando a tomar nota de esto, y cada vez son más frecuentes los programas de prevención del estrés, los talleres para dejar de fumar, cursos de técnicas de relajación, alimentación saludable o programas de actividad física. Antes se hacían fuera del horario laboral, y hoy se incorporan -al menos en parte- dentro de la jornada de trabajo, lo que implica un mayor involucramiento por parte de las compañías”, destaca el titular del SAMES.

Automedicación y adicciones

Para el psiquiatra Eduardo Kalina, profesor del posgrado en Adicciones de la Universidad del Salvador, “hay un aumento alarmante del consumo de sustancias en el ámbito del trabajo”. Según el especialista, “lo más habitual es el consumo de tabaco, alcohol y piscofármacos, que muchas veces son utilizados como vía de escape a las presiones cotidianas, a las que hoy se suma nuevamente el temor a perder el empleo”. Para Kalina, “uno de los mayores trastornos es la adicción al trabajo, que al ser socialmente bien vista, se está transformando en una enorme epidemia oculta”. En general, esta adicción abre paso al policonsumo de sustancias. “El laboradicto suele consumir anfetaminas y alcohol para mantener sus extensas jornadas laborales. Y a los picos de euforia e hiperactividad suelen seguir estados depresivos, que en casos extremos llevan al suicidio. Hay un punto en que la persona estresada deja de simbolizar, y toma literalmente el mensaje de que “si no puede lograr los resultados, no sirve, debe morir”.

De acuerdo a un sondeo de findes de 2008 del Centro Argentino de Prevención Laboral en Adicciones (CAPLA), un 30,45% de los encuestados consume alcohol en el trabajo. La encuesta era anónima y se aplicó a 2.000 empleados de ambos sexos, en empresas públicas y privadas de Capital y Gran Buenos Aires.

“Muy pocas personas admiten que ellas mismas beben en horario de trabajo, pero sí refieren que hay compañeros que lo hacen”, aclara el doctor Ernesto González, psiquiatra especialista en adicciones y fundador de CAPLA. “El consumo de alcohol en el ámbito laboral viene creciendo. Cuando se consulta a las personas con quién beben, el 53,15% señala a sus compañeros de trabajo, por encima de otras opciones como “amigos” (40,94%) o solo (33,8%). La implantación de costumbres como la del Happy Hour, en la que varones y mujeres demoran su regreso a casa para tomar algo en grupo, no implica necesariamente alcoholizarse, pero va instalando una cultura del consumo de alcohol una o dos veces por semana, que le resta tiempo a otras actividades”, advierte el especialista.

Si bien en este caso podría decirse que se trata de acciones del ámbito privado, en alguna medida repercuten en el trabajo. “Un estudio del Sedronar realizado en 2005 destaca que más del 50% de los pacientes en tratamiento por abuso de sustancias tenían trabajo fijo -señala González-, a pesar de esto, son pocas las empresas públicas y privadas que tienen políticas serias al respecto”.

A esto se suma que las adicciones, así como otras patologías mentales, no son consideradas como enfermedades laborales. “Nuestros legisladores nos deben una ley sobre salud mental y adicciones en el ámbito laboral. Hay un proyecto presentado por CAPLA, que duerme en el Senado desde 2003”, se lamenta el profesional.

El botiquín de emergencia

Durante la crisis de 2001 aumentaron llamativamente los casos de infartos, y también los ataques de pánico, el estadío último del llamado trastorno de ansiedad generalizado (TAG), cuyos síntomas, al ser muy similares al de un evento cardíaco (palpitaciones, dolor en el pecho, dificultades para respirar, sensación de muerte inminente), eran muchas veces derivados a las guardias coronarias.

Entre abril de 1999 y diciembre de 2002, “hubo 20.000 muertes coronarias más que el promedio de los años anteriores, atribuibles al estrés y la depresión sin contención social”, señala un trabajo de la Fundación Favaloro y la Universidad de Massachussetts (Estados Unidos), presentado durante el XXIII Congreso Argentino de Cardiología. Se trató de la primera investigación epidemiológica mundial que asocia a una crisis financiera, social y económica con una mayor mortalidad e infarto.

Sin llegar a tal nivel de dramatismo, algunas compañías del sector financiero, uno de los más golpeados en aquella crisis como en la actual, están preparando acciones preventivas basadas en la experiencia de 2001. La psicóloga y consultora en manejo del estrés Mara Diz, recuerda que implementó talleres “de emergencia” en algunos bancos y compañías financieras desde 2001 a 2003, “con excelentes resultados”. Se trató de encuentros breves, de entre ocho y 16 horas en total, en los que se brindaron a los empleados (la asistencia era voluntaria), algunas herramientas para el manejo de su propio estrés. La primera parte constaba de conceptos teóricos.

“Primero debemos saber cómo funcionamos, cómo se relacionan nuestro pensamiento y nuestras emociones con nuestra conducta y nuestro cuerpo”, explica la especialista. Luego se veían algunas estrategias, desde técnicas de relajación hasta propuestas de actividad física. “Lo importante, cuando impera una sensación de pérdida de control, es brindar herramientas para que la persona pueda poner un freno y pensar. El estrés baja sensiblemente cuando uno siente que puede hacer algo, que tiene cierto control sobre la situación”, dice la psicóloga.

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