La política no seduce a los jóvenes: el 74% ya no le da relevancia
Colarse. Meterse. Ver el lugar. Entrar. Tener espacio. Voz. Decir. Empezar el juego. Admirar. Encontrar a quién. Seguir a todas partes. Comprar un sueño. Regalar esperanzas. Ayudar. Hacer. Ponerse media pila. Creer. Crecer. No perderse. Encontrarse. Preguntar con la cabeza. Contestar con el corazón. Ser honesto también. Si se pudiera medir la militancia con la vara de la pasión o la potencia de la garganta, o dimensionar el interés y las ganas en base a una emocionada movilización, si eso fuera posible, quién sabe, podríamos afirmar que estamos en presencia de un cambio de ciclo en la política, donde la juventud está de vuelta pese a todos los diagnósticos que hablan de su ausencia y su partida. Pero eso sería exagerar o aventurarse. Sólo se puede decir que el mensaje que sobrevoló entre los miles de jóvenes –militantes o no– que participaron de los funerales del ex presidente Raúl Alfonsín encontraría una síntesis en aquellas palabras que parecen sueltas. “Los dos grandes reclamos que los chicos le hacen a la política son transparencia y participación; hablamos con muchos de los que fueron al velatorio de Alfonsín y nos hablaban de eso”, dice reflexivo Juan Nosiglia (29), de la Juventud Radical. Acompañarlo en el camino hacia su retiro eterno de la forma en que lo hicieron llorando y cantando fue señal de que algo nos falta y que ellos, los jóvenes, quieren encontrarlo aun sin saber muy bien cómo y dónde buscar. “Los de mi generación nunca vimos una movilización así y espontánea por un hecho político. Y eso, rescatar sus valores, fue un hecho político que nos da esperanzas. Sentimos, en los jóvenes que estuvieron, una sensación de respeto por una figura que por la edad casi no vivimos, pero leímos o estudiamos y cuando contrastás con la dirigencia actual, reconocés perfectamente la diferencia”, dice Nosiglia. A los jóvenes de hoy. Tomarle el pulso a la militancia juvenil es complejo. No parecen ser tan explícitos como unas décadas atrás. Tienen menos presencia, menos espacio, menos voz y menos prensa. Los cantos y el traperío siempre marcan los estados de la bronca y el deseo. Así fue con los jóvenes peronistas en los viejos años pasados. O con las izquierdas variopintas. Peleaban la calle, el poder y las conciencias. Hasta que la militancia se convirtió en algo prohibido y fatalmente peligroso. Había que sepultar literalmente cualquier reclamo de equidad y justicia. Argentina alcanzó la democracia nuevamente en el ’83. Y llegaron algunos jóvenes brillantes con “somos la vida, somos la paz, somos la Junta Coordinadora Nacional”. Aquello de los 70 se quedó en el tiempo de la sangre. Y los brillantes muchachos radicales se opacaron rápido. Los años democráticos no lograron reinstalar el interés joven por la militancia. Que el miedo, que la desconfianza, que el descreimiento, que la corrupción, que la falta de espacios, que los 90, que la crisis de los partidos, que la crisis de 2001, que el desempleo, que para qué te vas a meter si igual nada cambia. Y también el discurso esquizoide del poder que, mientras suplica participación, no bien alguien levanta la voz con reclamos o ideas, lo manda rápido a probarse a las urnas cual si fuera el rincón de castigo y lo “acusa” (qué despropósito) de hacer política. Demasiadas razones entonces para dejar esos menesteres a los adultos curtidos y mañosos y ocuparse de cosas más divertidas. El futuro llegó. Por eso las búsquedas y los sueños juveniles de hoy se muestran o se ven menos colectivas. Casi solos, intentan colarse, como pueden, buscando un lugar entre la apatía y la hostilidad. Un estudio de TNS-Gallup hecho hace pocos meses en todo el país entre la población de 10 a 24 años, reconfirma que a los más jóvenes les interesa muy poco aquello que les interesó a sus padres y abuelos. El 74% dijo que la política no es algo relevante en sus vidas. Casi como el mandamiento del rock de Almafuerte, “Sé vos” es lo que más pega. “Procuro ser yo mismo sin seguir a los demás” (92%) y “decido por mí mismo los objetivos de mi vida” (84%) fueron las frases con más adhesión en la encuesta. Mientras que la que dice “Quiero ser un líder en mi comunidad” la eligió sólo el 32%. Aun así, y pasando por encima de las encuestas, banditas de adolescentes o jóvenes adultos, rebeldes y entusiastas, empiezan a saltar las gradas hacia este escenario. Lo hacen con nombres propios, esquivando imágenes ajenas, recordando el pasado para evitarlo, tratando de entrar a un espacio extraño, con una timidez casi inaugural. Son jóvenes que empezaron a sentir cosas en la secundaria, cuando intuían que “algo andaba mal en los 90” al decir de Magdalena Pece (23) de Jóvenes x la Igualdad (JxI), rama de la Coalición Cívica. La acompañaban en el local de Pasco y Chile, Hernán Reyes (27), Juan Ignacio Marasco (28), Maricel Peijovich (23) y Juan Milessi (24). Para otros hubo otros momentos clave. Como cuando en el colegio los hicieron festejar los 500 años del descubrimiento de América. “Me enojé y dije que eso había sido una matanza”, recuerda Pablo Saieg (28), del Movimiento para la Participación del Pueblo, justicialistas adherentes K en Capital Federal. Actual funcionario de la Secretaría Legal y Técnica de la Presidencia, fue el único peronista de nivel nacional que prestó su testimonio y experiencia para esta nota. Juan Cabandié (30) se excusó por tratarse de PERFIL. José Ottavis fue consultado acerca de La Cámpora, cuyo referente es Máximo Kirchner, y prometió información, pero no cumplió. Saieg trabaja desde el Club Villa Mitre y dice que si bien sufre, como el resto, la discriminación y desconfianza por “estar metido en política, no hay gratificación más grande que ver el cambio en la cara de la gente cuando le puedo solucionar un problema”. La coherencia, la distribución, la solidaridad (no la caridad), la diversidad, el otro, son los asuntos que los nuevos militantes ponen en la agenda. Y la recuperación del interés y la actuación partidaria por parte de sus congéneres. Además de la idea de cambiar la realidad, una motivación que se reinventa cada vez en casi todo militante antes de morir en la abundancia de la gestión pública de cualquier naturaleza. “Las ideas cruzan generacionalmente, el tema es cómo las llevás adelante. A cierta altura nos convertimos en viejos pelotudos, repetimos los errores. Estoy muy alerta con eso”, dice Maximiliano Ferraro (33), que militó a partir de los 15 en el radicalismo para irse luego al ARI con Elisa Carrió, donde continúa. Yamila Picasso (21) y Carlos Sánchez (27) son socialistas de cuna y se referencian en Hermes Binner y Rubén Giustiniani. Ambos hacen trabajo barrial en Parque Patricios con aportes voluntarios propios para bancar el local. Dan clases de apoyo escolar, de guitarra, a las que asisten jóvenes, y de computación, a las que asisten adultos. No se cobra, se pide una colaboración. Sienten, sin embargo, que tienen poco margen. “Hay que crear nuevos espacios para los jóvenes. Acá en la Ciudad estamos tratando de construirlos; a nivel nacional el partido ya los abrió”, dice Carlos. Yamila sufre porque “la política estuvo mal usada, vivo pensando cómo hacer para revalorizarla, igual que a los partidos, los militantes y los políticos. No me importa de qué sector”. El Club de la Política es un laboratorio aparte. Influidos por experiencias en sus escuelas secundarias que replicaban el modelo Naciones Unidas, siete varones y una mujer de entre 18 y 24 años quieren tratar de recuperar para la juventud la costumbre del ejercicio político. Lucas Aguilar (24) recibe en el Caras y Caretas, donde la periodista y directora del centro cultural, Maria Seoane, les dio un espacio. Daniel Wizenberg (20), un interesantísimo proyecto de pensador, llega algo más tarde. “Estamos en la búsqueda de la militancia y tal vez eso sea resignificar lo tradicional pero sin denostarlo. Hay un trabajo previo que generacionalmente tenemos que hacer: hay que reivindicar la política. No tenemos la búsqueda electoral aún”, dice. Lucas tiene una preocupación constante: ayudar a activar las neuronas. No niegan ciertas influencias peronistas pero se aferran a la bandera del pensamiento nacional y mencionan a Arturo Jauretche por sobre todo. No tan distintos. Los 15 jóvenes consultados presentaron las mismas características. Tienen una profunda convicción política pero contienen energías. Como un miedo a cometer viejos errores, a que los encasillen o etiqueten, a que sospechen de ellos por el solo hecho de estar en política (cosa que les ocurre todo el tiempo). Y también tienen miedo a sus propias acciones en los momentos críticos o en el encuentro con el poder. “Si hacés las cosas bien, en algún momento chocás con lo malo. El tema es qué hacés entonces ahí”, reflexiona Wizenberg. “El mal ejercicio de la política nos impidió hablar”, señala Ferraro. Ellos, en cambio, hablan mucho entre sí. Se escuchan y piden disculpas si se interrumpen. Dejan hablar al otro. Tratan de encontrarse. Maricel Peijovich, que impulsa en su grupo el trabajo en las villas, dice: “Un ex compañero del colegio me preguntó qué me daban por militar. La gente no puede creer que nosotros nos rompemos para esto”. “No hay nada que sea en beneficio personal”, explica Marasco. El motor militante de Milessi se encendió cuando acompañó a su amigo con VIH en las batallas burocráticas, “ahí pensé que desde la política podía ser más efectivo”, por eso armó el área diversidad. La JxI tiene varios diputados nacionales y legisladores. Algunos lo ven como algo lejano. Otros le tienen miedo. Y muchos ya piensan en olfatearlo aunque sea de lejos. Todos quieren resignificar el poder y darle otro uso. “Ansiamos el poder como una herramienta”, confía Sebastián Silvestre (28) del GEN joven, agrupación con varios concejales en la provincia. El milita en Lomas de Zamora desde los 15 años y cree que “lo peor que puede hacer un dirigente es alejarse de los barrios. Si te divorciás de la realidad, es muy difícil que después puedas gobernar para la gente”. Se fue del aparato radical con su grupo y confiesa: “Que Margarita (Stolbitzer) estuviera con nosotros como estuvo fue muy importante para poder irnos”. Tienen adolescentes de 16 años de clase media y media baja en sus filas y dice que tratan de que estudien y trabajen, “eso es la mística militante, uno no se puede sentar a comer si el otro no come”. Saieg observa el poder del Estado: “Tiene todas las herramientas pero no está llegando bien”. Y también el poder sindical: “Hay dirigentes que pueden jugar con la paz social y están 30 años como secretarios generales. El buen sindicalismo es fundamental para construir un mejor país”. Milessi cree que “el poder debería tener otra carga y ser representativo”. Y Reyes completa: “El poder no es tuyo”. “Los principios morales deben ser innegociables”, agrega Marasco. Unos muestran más pasta. O más dientes. Tratan de estudiar y formarse sólidamente, prepararse para lo que vendrá. Otros ya muestran la hilacha más humanista. En todos se nota que hacen esfuerzos por no perder la cultura de lo sensible. “Pero en política no podés dormirte”, recuerda Picasso. Son éstos algunos de los jóvenes que forman parte de la minoría en las encuestas. Que están un poco solos. Pero que entendieron, a contrapelo de los adultos, que la salida es el diálogo, la aceptación de lo diverso. Y que el ejercicio político-partidario oxigenado es la forma de construir una Nación como la que siempre decimos soñar.